Casapueblo era su lugar en el mundo. Un lugar mágico donde el sol inundaba con sus rayos como abrazando el lugar todo el día. Cuando tuve la oportunidad de viajar por trabajo me dijeron "No te pierdas el atardecer en Casapueblo" y tenía razón quien me lo recomendóMientras observo el sol esconderse en el horizonte una sensación de misticismo se apoderó de mí. De que las cosas sencillas emocionan, que aún se puede pelear por un mundo mejor, que podemos ser mejores personas. Ese último rayo de luz lo guarde como un recuerdo atesorado en mi corazón
La casa incluye un museo donde pudimos ver el recorrido de vida de Páez Vilaró y una galería de arte. Es allí donde recorriendo con unas amigas lo encontramos. La alegría fue el sentimiento que predomino nuestros corazones. A él le gustaba salir de su atelier y pasear y charlar con los visitantes del lugar. Tímidamente le pedimos una foto. Como no? nos contestó. Tras tomar la misma Melina, mi compañera, solo atinó a decir, "Gracias Maestro". Él nos miró dulcemente y nos dijo: yo no soy eso, ustedes son mi inspiración. Un gesto de humildad de un grande que solo los verdaderos maestros tienen en la vida
Su vida
Había nacido en Montevideo el 1 de noviembre de 1923. Pese a nacer en el seno de una familia acomodada su espíritu era idealista, libre, compasivo y ligado a las clases populares. Con 18 años viajó a Buenos Aires en 1941, para trabajar en una fábrica de fósforos y luego, en el sector de las artes gráficas. A los 20 años regresó a Montevideo para comenzar a desarrollar su carrera artística, donde, impactado por las comparsas de los barrios Sur y Palermo, y por el conventillo Medio- mundo, se vinculó a la comunidad afrouruguaya. Es por este motivo que recorrió África pintando.
Viajo por el mundo. Conoció a Picasso, Dalí, De Chirico y CalderEra pintor, ceramista, escultor, muralista, escritor, compositor, cineasta y constructorLa pintura de Carlos Páez Vilaró es una mezcla de los paisajes y las distintas culturas que ha conocido a través de sus viajes y aventuras por el mundo. Se casó en 1955 con Madelón Rodríguez Gómez y se divorció en 1961. Tuvo seis hijos: Carlos Miguel, Mercedes, Agó, Sebastián, Flo- rencio y Alejandro (los tres últimos, de su actual esposa, Annette Deussen).A los 90 años murió, tras una vida de leyenda. Seguramente su último atardecer en Casapueblo el sol lo abrazó y le dijo: hasta luego
La historia de su hijo
El 12 de octubre de 1972, su hijo Carlos Miguel era uno de los miembros del equipo uruguayo de Rugby del colegio Old Christians, de Montevideo, que viajaba junto a algunos familiares a jugar un partido en Chile. Su avión sufrió un accidente y cayó en la cordillera de los Andes. Apenas el artista supo de la noticia se trasladó de inmediato al lugar de la tragedia y se sumó al operativo de búsqueda y rescate. A pesar de que después de 8 días sin novedades, la búsqueda llegó a su fin, Carlos Páez no se dio por vencido y organizó él mismo expediciones, viajes, reclutó voluntarios, consultó videntes, contactó ayuda y se internó sin temor en la cordillera en la búsqueda desesperada por su hijo. No escucho a quienes le decían que aceptara al fin la muerte de su hijoFinalmente, luego de tres meses del accidente fueron hallados 16 sobrevivientes de la tragedia, entre ellos su hijo. Su intuición y su corazón de padre no le había fallado.
El homenaje al sol
Cada atardecer se generaba en Casapueblo una ceremonia a la que tuve oportunidad de asistir. Mezcla de mística, magia, nostalgia, idealismo se le recitaba al Sol un agradecimiento
Así era el relato:
Hola Sol, otra vez sin anunciarte llegas a mis tierras. Otra vez en tu larga caminata en el comienzo de la vida. Con tu panza cargada de oro y miel que has repartido generoso por villas y caseríos, capillas campesinas, bares, bosques, ríos o pueblitos olvidados. Hola Sol, nadie ignora que perteneces a todos pero que prefieres darles tu calor a los más necesitados, los que precisan tu luz para iluminar sus casitas de chapa, los que necesitan de ti para afrontar la energía en el trabajo, los que piden a Dios que nunca le falles para enriquecer sus cosechas. Sé. que vos Sol sos el pan dorado en la mesa de los pobres. Desde mis terrazas te vengo a leer cada tarde como un aro de fuego que jamás se detiene, que viene rodando a través de los años, puntual, infaltable animando mi filosofía desde el día que soñé con levantar Casapue-blo y puse entre las rocas mi primer ladrillo. Recuerdo que era un día de tormenta, el mar había sustituido el color azul por uno grisáceo empavonado.
En el horizonte un velero afinaba los rumbos para saltear la tempestad. El cielo se llenaba de nidos de cuervos que huian. Pero de golpe como una lucha sobrenatural el cielo se perforo y apareciste vos. Eras un sol nítido, redondo, perfecto y delineado puesto sobre el escenario de mi iniciación, con la fuerza sagrada. Desde ese instante sentí que Dios habitaba en ti, que en tu fragua derretía la fe y que por medio de tus rayos la transmitía por todos los sitios donde transitabas. Los mismos brazos de oro que al empezar iluminan el cielo, al estirarse a los costados entibian las sierras o apuntando hacia abajo laminan el mar. Hola Sol como me gustaría haber compartido tu trayecto regalando luz, porque a tu paso acariciaste la vida de los pueblos, compartiste sus alegrías y tristezas, conociste la guerra y la paz, impulsaste la oración y el trabajo, acompañaste la libertad e hiciste menos dura la oscuridad de los oprimidos.
A tu paso sol se despiertan los girasoles y los gallos cacarean, se relamen los gatos vagabundos , los perros guitarrean. A tu paso Sol, al sudor de la frente del obrero y de los cuerpos de las mujeres cobrizas que alcanzan el cántaro en la favela. Con tus latidos mueves el mar. A tu paso corrieron la estampida búfalos y antílopes, desperezó el león, se deslizó la jirafa, se asombró la serpiente y voló una mariposa. A tu paso canto la calandria. Hola Sol gracias por volver a andar en vida del artista, porque hiciste menos sola mi soledad. Es que me he acostumbrado tanto a tu compañía que si no te tengo te busco por donde quiera que estés. Te miro y veo que no has cambiado. Que sos el mismo sol que reverenciaron los aztecas, el mismo de mi peregrinaje pintando por América. A diferencia del relámpago que apenas proyecta en la noche latigazos de luz en tu reinado planetario tus destellos continúan activos, permanentes. Alguna vez las travesuras de las nubes ocultan tu esplendor pero cuando eso ocurre sabemos que estás ahí jugando a las escondidas.
Gracias Sol por invadir la intimidad de mi atardecer y zambullirte en mis aguas. Porque ahora tu misión es partir e iluminar otros sitios, donde la noche desaparecerá con tu llegada. Chau Sol, cuando en un instante te vayas morirá la tarde, la nostalgia se apoderará de mí y la oscuridad entrará en Casapueblo. La oscuridad con su apetito insaciable. Chau Sol, te quiero mucho, cuando era niño quería entrelazarte con mi barrilete, ahora que soy viejo solo me resigno a saludarte mientras la tarde bosteza por tu boca de mimbre. Chau Sol, gracias por provocarnos una lágrima, al pensar que iluminaste también la vida de nuestros abuelos, la de nuestros padres y la de todos los seres queridos que ya no están junto a nosotros pero que te siguen invocando desde las alturas. Adiós Sol, mañana te espero otra vez. Casapueblo es tu casa, por eso todos la llaman la casa del Sol. El sol de mi vida de artista. El sol de mi soledad, que guardo en la alcancía del horizonte.
*Licenciada en Comunicación Social.
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