Como un deja vú del escenario pos 2009, el kirchnerismo le demuestra a la oposición que los diagnósticos apresurados son inconvenientes en la política argentina: cuando todas las fuerzas anti K se movían en términos de un “fin de ciclo” o una “transición”, le bastaron a la Presidenta dos nombramientos (Jorge Capitanich y Axel Kicillof) y una remoción (Guillermo Moreno) para modificar el horizonte: ahora, al menos en potencia, el oficialismo retoma la posibilidad de tallar en 2015 con actores “propios”.
Es evidente, como reconoció el diputado Carlos Kunkel, que los cambios son una respuesta a la pérdida de votos que sufrió el kirchnerismo en octubre. Pero lo importante es que respuesta se da, en lo concreto, en dos planos: por un lado, hay un intento de ordenar la gestión económica, complicada por la llamada restricción externa; por el otro, aparece un jefe de Gabinete con capacidad política propia, lo que en los hechos se traduce en una renovada posibilidad de contener al peronismo territorial de todos los niveles. Estrechamente conectadas entre sí, ambas esferas entrañan desafíos mayúsculos: por el lado económico, aunque el Gobierno no varió el diagnóstico sobre las causas que provocaron los problemas que busca remediar, lo enmarañado de las herramientas que había utilizado para atacarlos hasta ahora, y que posiblemente deba cambiar, da una idea de la magnitud de la tarea pendiente. En lo político, se plantea en primer plano la inusual convivencia de la Presidenta con un subordinado con poder propio, algo inédito hasta ahora.
A partir de esos desafíos, caben dos resultados posibles: si Capitanich y Kicillof fracasan, el Gobierno enfrentará un contexto de crisis política potenciada. Pero si logran grados de éxito aceptables, el kirchnerismo volverá a ser un sector político con capacidad para influir fuertemente en la sucesión de Cristina Fernández de Kirchner. Y es aquí donde se encienden las luces de alarma en el sciolismo y en el massismo, al tiempo que también se modifican las expectativas de los sectores no peronistas
LECTURAS BONAERENSES En el entorno del gobernador, la primera reacción fue de manual: se alinearon con Capitanich y encajaron la novedad en un esquema que venían manejando previamente, la resolución de la candidatura presidencial del oficialismo a través de una interna que contenga a todos los sectores. Incluyen allí a otros referentes que, en un movimiento habitual del kirchnerismo, han venido poblando la grilla de candidatos en los últimos tiempos, entre ellos Sergio Urribarri y Florencio Randazzo.
El problema de esa estrategia es que si Capitanich se transformase en el hombre de recambio apoyado por la Casa Rosada, ello supondría que tuvo éxito en superar sus desafíos, por lo que estaría en condiciones de disputarle a Scioli el campo de alianzas posibles que viene trabajando desde hace un tiempo de cara al 2015: básicamente, los intendentes peronistas del Conurbano bonaerense y los gobernadores del mismo signo político.
Un desafío adicional para Scioli es que su potencial rival manejará desde ahora resortes importantes de gestión con impacto directo en la realidad del Gobierno provincial. Las primeras definiciones de Capitanich no son muy esperanzadoras para Scioli: rechazó la baja de la edad de imputabilidad penal para los menores y recalcó que son las provincias las responsables de la seguridad, dos ítems del debate público en los que el gobernador bonaerense tuvo definiciones inversas a las del ahora jefe de Gabinete nacional.
Por detrás, aparece otra cuestión central: los 3.800 millones de pesos de deuda de la Provincia con la Nación que vencen en 2014, cuya prórroga no fue incluida (para ninguna provincia) en el Presupuesto. Si esa omisión no se corrige, Scioli tendrá que cargar con un vencimiento que sumará incertidumbre al año en que deberá buscar su instalación definitiva como candidato. Estará más sujeto a las “ayudas” financieras que lleguen de la Casa Rosada, con el consiguiente estrechamiento de su margen de acción política.
Con todo, como se dijo, Scioli conserva importantes niveles de imagen positiva y una virtualidad como candidato posible que aparece sustentada, además de por el hecho de que a Capitanich pude no salirle todo como planea, en el hecho de que se ha transformado en un dirigente mucho más alineado con la Casa Rosada que antes, paradójicamente a partir del momento en que el kirchnerismo lo excluyó de las listas de candidatos a las elecciones de este año.
El massismo, por su parte, aparece descolocado: lo central de su estrategia apunta a desgastar a Scioli, como resultado de una lectura del escenario que lo entiende como su contendiente natural en la carrera presidencial. El problema es que ese plan de acción da por sentado el eclipse K que ahora parece hacer quedado en duda. Achacarle a Scioli el fin de su carrera política como hicieron algunos massistas es, además de una contradicción (¿para qué criticar a quién ya no juega?) la expresión discursiva de ese desconcierto. Las expectativas, en suma, parecen haber cambiado en contra de los intereses de Massa, que además experimenta el alejamiento de la centralidad de la agenda que supone pasar de candidato estrella a diputado y líder de un espacio influente pero que no define por ahora gran cosa en el plano nacional. Le queda, en lo inmediato, la puja con Scioli por el presupuesto. Allí habrá que ver si prosperan las negociaciones que buscan canjear apoyo al proyecto por lugares institucionales. Mientras tanto, el Frente Amplio Progresista y el macrismo recibieron, con relativo optimismo, las novedades: su conveniencia electoral es opuesta a la del Gobierno, pero una multiplicación de la oferta peronista es un presupuesto para la posibilidad de llegar a la Casa Rosada, en la exacta medida de que esa atomización alienta la posibilidad de una segunda vuelta en 2015. (DIB)
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