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07/11/2013
Lesa Humanidad

Huesos desnudos


El miércoles próximo tendrá lugar en Montevideo un encuentro, auspiciado por Brecha, entre actores del sistema educativo (profesores, estudiantes) de Argentina y Uruguay sobre el manejo del tema del pasado reciente en los centros de enseñanza de ambos países....


El disparador será una experiencia que tuvo lugar en Santa Fe, donde un grupo de liceales contribuyó a la identificación de dos jóvenes desaparecidos en esa provincia. Un libro, escrito por el hermano de uno de esos jóvenes, recoge la historia. Su autor, el francés Eric Domergue, participará en el encuentro de Montevideo. A continuación, Brecha reproduce un texto que Eric publicara en una revista universitaria argentina.


i hermano Yves Domergue subió por primera vez las escalinatas de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de Buenos Aires a principios de 1972. Estaba en plena etapa de agotamiento la dictadura que del 66 al 73 supo tener tres presidentes de facto: Onganía, Livingston y Lanu- sse. Eran años de mucha ebullición política, social, estudiantil, también de grandes dolores como fue la masacre de Trelew el 22 de agosto de ese año 72 y que a Yves, como a tantos jóvenes, lo conmovió y lo llevó a asumir grandes compromisos.


Primero comenzó a militar en el Centro de Estudiantes, luego se enroló en las filas del Partido Revolucionario de los Trabajadores (prt), con responsabilidades crecientes en el frente estudiantil. Con el paso de los años y el avance del terror de la Triple A, la Alianza Anticomunista Argentina, abandonó los claustros y al tiempo pasó a vivir en la clandestinidad. Todas las medidas de precaución se acrecentaron a partir del golpe de Estado militar del 24 de marzo de 1976... Yves nació en Francia el 8 de agosto de 1954. Tenía menos de 5 años cuando la familia cruzó el Atlántico y se instaló en Buenos Aires por cuestión de trabajo de nuestro padre, apoderado de una empresa de obras públicas.


La adaptación al país fue rápida, muy amena, en todo momento fuimos tributarios del afecto de los argentinos, tanto de los porteños como de los habitantes de las provincias en los numerosos viajes que hicimos de norte a sur y del Río de la Plata a la Cordillera de los Andes. Cuando desembarcamos en la Argentina en 1959, mis padres tenían tres hijos, y al regresar a Francia en 1974 habían cerrado la cuenta en nueve: ocho varones y una sola mujer. Yves, el mayor de todos, decidió quedarse: había asumido un gran compromiso e identificación con su tierra de adopción, con sus luchas y esperanzas, con sus compañeros de ruta. Regresé a Buenos Aires para encontrarme con mi hermano mayor en marzo del 76, semanas antes del golpe de Videla, Masera y Agosti.


Nos veíamos espaciado, él vivía escondido y yo esperaba impaciente que se comunicara conmigo. Aun así pudimos cultivar, como a lo largo de nuestra infancia compartida, la gran fraternidad que siempre envolvió nuestra relación. Yves vivía a los saltos, sin recursos, comía poco y mal, dormía donde podía, esquivaba de la mejor manera las garras de la represión que se cerraban cada vez más sobre los revolucionarios, los sindicalistas, los dirigentes estudiantiles, sobre muchos trabajadores y grandes sectores sociales.


Sus responsabilidades políticas en el seno del prt lo llevaron en varias oportunidades a Rosario; allá también conoció el amor, una joven militante como él, Cristina Cialceta. Yo aguardaba su regreso con los bolsillos llenos de cartas de la familia y con un nudo en la garganta. A cada nueva partida temía que no regresara. Yves era consciente de los riesgos que enfrentaba, estaba dispuesto a correrlos, me preparó para lo peor. Y un día no volvió. Pasaron los días, las semanas, y de él ni noticia. Mucho después sabríamos que una patrulla militar los interceptó a él y a su compañera cerca del 20 de setiembre del 76 en los aledaños del Batallón 121 de Comunicaciones de Rosario. Cuando su ausencia se hizo desaparición, hice la denuncia en la embajada francesa en Buenos Aires y me volví a París. Fueron años de denuncias y trámites en Europa, en Estados Unidos y luego en la Argentina con el regreso de la democracia y mi reinstalación aquí en 1983.


Los Domergue vivimos el mismo derrotero de todas las familias de detenidos desaparecidos: primero la espera con esperanza de encontrarlos vivos; luego la constatación de que nunca volverían; finalmente la búsqueda de la verdad y también de la justicia; siempre, cultivar su memoria. En nuestro caso, a Yves y a Cristina se los había tragado la tierra, no conseguimos ningún testimonio de su paso por algún campo de tortura. La desaparición, en su suprema crueldad, tiene eso de que mantiene en carne viva las heridas por la gran incógnita de qué fue lo que pasó con nuestros seres queridos.


Enorme fue nuestra sorpresa cuando, 34 años después del secuestro de Yves y de Cristina, los antropólogos forenses del eaaf nos comunicaron que de la comparación genética de la sangre de las familias con dos esqueletos enterrados en setiembre de 1976 como nn en el cementerio de Melincué, al sur de la provincia de Santa Fe, se había podido establecer la identidad de los desconocidos como Yves Domergue y Cristina Cialceta, ambos muertos por bala. Yves tenía 22 años y Cristina 20.


La identificación desplegó ante nuestros ojos otra historia, para nosotros desconocida, muy conmovedora. Melincué queda a más de 120 quilómetros de Rosario; nunca se nos ocurrió ir a buscarlos tan lejos. Cuando los habitantes de la región hallaron los cuerpos acribillados al costado de una ruta rural, se hicieron cargo de los dos desconocidos. A sus tumbas anónimas nunca les faltaron flores; un empleado judicial custodió con empecinamiento y conciencia el expediente labrado por un juez al momento del hallazgo; todos deseaban que algún día se supiera la verdad.


Hasta que en junio de 2003 la profesora Juliana Cagrandi, de la escuela pública de la localidad, la Pablo A Pizzurno, les encomendó a sus alumnos de quinto año hacer un trabajo sobre la memoria. ¡Qué mejor que tomar el caso de los dos nn de su cementerio! El informe escolar, que compilaba los recuerdos de los habitantes de Melincué, comenzó a circular entre los organismos de derechos humanos.


Fueron siete años de tenacidad de la docente, quien nunca dejó de tocar puertas hasta que llegó a la Secretaría de Derechos Humanos de la Provincia de Santa Fe, donde jóvenes funcionarios tomaron la posta, hicieron sus propias investigaciones, pasaron por el tamiz todas las denuncias de aquellos años hasta desembocar en los nombres de Yves y de Cristina.


En junio de 2009 los antropó- logos forenses recuperaron los restos óseos; hubo que esperar 11 meses más de estudios, análisis, pruebas del adn, hasta que el 5 de mayo de 2010 nos comunicaron lo que nunca imaginamos escuchar: que Yves y Cristina habían recuperado su identidad. Desde entonces se han multiplicado los homenajes; sus cenizas abonan un timbó que crece con fuerza en el Bosque de la Memoria de Rosario. Para más, el represor Ramón Genaro Díaz Bessone fue condenado a cadena perpetua por el Tribunal Oral Federal 2 de Rosario, donde presté testimonio. Y, lo más importante, mis padres y la madre de Cristina (hija única ella) pudieron al fin hacer un duelo largamente postergado. Todo esto que relato en apretada síntesis lo he desarrollado en un sitio web: yvesdomergue.com, y en un libro, Huesos desnudos, que publicó Ediciones Colihue en la colección Leer y Crear, para todo público pero destinado centralmente a estudiantes secundarios.


Una manera más de que su memoria germine en las nuevas generaciones.(INFO)




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