Campanella siembra Metegol de frases, guiños, escenas que remiten a otras en un juego que -como espejos enfrentados- repiten figuras al infinito. Ni Cristina queda afuera en la película: la heroína en una escena necesaria (para levantar la moral de su amado antihéroe) desliza como al pasar que está analizando el monocultivo: ese pastito.
La Cacería es una película inquietante. Su tema es la mentira . Viene de Dinamarca un film que se mete con el abuso infantil. Con la relación de un docente adulto, padre de familia, reconocido en el pueblo que - de repente se convierte en un monstruo acusado de abuso. Las docentes le creen a la niña acusadora más de lo que ella dice. Los niños no mienten.
El padre, la madre, las vecinas, hasta el carnicero del barrio, todos buscan el linchamiento del docente acusado con la poco rigurosa técnica del rumor. Los espectadores no tienen ninguna evidencia, todo lo contrario, pero el hombre es llevado al cadalso cultural. Nadie le cree, sólo lo defienden su hijo adolescente y un amigo. Desde ahí lucha para dar vuelta el escenario al que fue llevado por la mentira repetida mil veces.
En la escena final, cuando todo parece resuelto; el presunto, que a esa altura es reivindicado hasta por la familia de la niña, vive una situación que nos devuelve al principio de la película instalando nuevamente la desconfianza. Una película de Thomas Vinterberg en la que el espectador queda atrapado convirtiendo la butaca en un lugar poco apto para definir culpables o inocentes.
Los hermanos Vittorio y Paolo Taviani, los mismos que alguna vez nos interpelaran desde Padre-Padrone, construyen el Julio Cesar de Shakespeare en una cárcel romana. Documental o ficción, el tema es que los condenados por penas bien duras: asesinatos, droga, integrantes de la Camorra escenifican las últimas horas del emperador romano.
Y otra vez en un juego de espejos que repiten caras, palabras y silencios la traición se presenta como hacedora de la historia.
Milani, el postergado jefe del ejército, se llama César; desde su larga historia como militar eligió apoyar al gobierno nacional y popular desde lo que mejor sabe hacer: inteligencia.
La etapa está llena de estos juegos extraños. Edward Snowden, un agente de la CIA y de la NSA perseguido por las fuerzas públicas de su país (por facilitar información al enemigo) pide asilo en Rusia. Cómo ya casi nada queda en esas frías tierras de la Unión Soviética, el soldado Snowden tiene ofrecimientos de Venezuela, Ecuador para cubrirse de sus ex-mandantes .
En las guerras del Siglo XXI, como en todas las guerras el juego de información y contrainformación, define quien queda con más vidas. Lanata, no es un guerrero, pero como bufón de Magnetto, tiene algunas ventajas y hoy está en el frente de batalla. Lo peor del juego de las guerras está en lograr que el enemigo se confunda; y (por no distinguir cuando una información es verdadera o falsa) cometa un error fatal.
El Papa desafía y viaja al convulsionado Brasil. Una pregunta flota en sus múltiples gestos de la nueva iglesia de los pobres dirigida por una jesuita-peronista: la unidad latinoamericana es posible sin participación de los cristianos Francisco como en un partido de Metegol, con jugadores de fierro hace jugadas sorpresivas y -como nunca- se mete en donde se definen los partidos.
Campanella, que cada vez que puede muestra que no es kirchnerista, hace una película nacional y popular. Según Hegel las contradicciones en movimiento son el motor de la historia.
Cuando los medios nacionalizaron la campaña contra la reelección de Carlos Rovira en Misiones se clausuró esa alternativa absolutamente democrática. Con Milani, no se debería cerrar el estratégico proceso de recuperación de las Fuerzas Armadas iniciado por el kirchnerismo. El poder real, como alguna vez lo señalara Rodolfo Walsh, vive cortando los procesos populares, antes con las dictaduras ahora con los tanques multimediáticos.
Néstor Piccone, periodista, psicólogo. Militante de la comunicación.
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