Cayó preso en Rosario en marzo del ´75, en medio de un operativo de detenciones. Era delegado gremial en una fábrica de tractores, en Granadero Baigorria. Conoció los penales de Coronda y Devoto. Llegó a Chubut en avión, encadenado al piso. Lo habían despedido con unos cuantos golpes.
Luego del golpe del 76, en la U-6 chubutense ya no pudieron leer Jornada ni escuchar LU 20. Sólo la Biblia, excepto la Latinoamericana. Empezó la peor versión de la represión con duchas heladas de madrugada. “Los compañeros se desmayaban y los arrastraban a sus celdas”. Los castigos eran por cualquier cosa. Recordó una protesta masiva de gritos y jarras contra los barrotes para frenar una tortura. “Estaban matando a un muchacho. Los viejos de la ciudad deben recordar porque que nos escuchen en el pueblo era la única forma de manifestar lo que sucedía dentro”.
Aunque no tuvo trato con Amaya y Solari, Raineri sí los vio caminando juntos en el patio, de recreo. Debían mirar al piso. “El comentario general era cómo lo obligaban a correr a Amaya pese a su asma y sus problemas cardíacos; tampoco le daban medicamentos”.
En el penal había órdenes contradictorias entre los turnos de guardia y los internos quedaban en el medio. “A veces no sabíamos qué orden seguir”, admitió Raineri. “Con las visitas no había ninguna posibilidad de contacto porque había un vidrio de por medio”.
El testigo recordó un menú de cordero duro, escaso, y sopa con una capa de grasa de hasta 5 centímetros. Hubo desagües de la U-6 que se taparon por ese brebaje. Raineri comió mejor hasta en la prisión de Coronda, que tenía granja propia. “En Rawson éramos rehenes de lo que pudiera pasar”, sintetizó.
A la Enfermería trataban de no ir. “Es que ahí uno se arriesgaba a estar solo y sin posibilidad de defensa si entraba la patota carcelaria”. Culpa de las chinches, dormir era un logro. “Y en cada requisa te tiraban la celda abajo, eran peor que un allanamiento”, comparó ante el tribunal
(Diario Jornada
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