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04/07/2012
Informe especial

Aprender con miedo


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Muchas veces engendrada en el seno familiar y con la escuela como receptáculo o como lugar de fomento, los chicos son víctimas de la violencia, ya sea física, verbal o psicológica. Desde la Justicia, la educación y la psiquiatría instan a rever el rol de educadores y padres a fin de dar el ejemplo de una enseñanza sin miedos ni agresiones....


Dice un viejo refrán que “una palmada a tiempo evita males mayores” y, bajo ese concepto, por décadas se tomó como algo cotidiano que los padres apliquen algún tipo de castigo a sus hijos para retarlos por alguna travesura o enseñarles buenos modales. Lo cierto es que hay otro aún mucho más certero que advierte que “la violencia sólo engendra violencia”, por lo que hoy no puede más que ponerse en duda si semejantes métodos dejan verdaderamente una enseñanza o, por el contrario, incrementan el grado de rebeldía y, sobre todo, pregonan un mal ejemplo, recurriendo a la violencia, ya sea física, verbal o simbólica, como mecanismo de reprimenda.
Hogar, ¿dulce hogar?
No comer la comida, no prepararse para ir al colegio, una mala contestación, una actitud sobradora o un hombro elevándose casi a la altura del cuello son actitudes que, necesariamente, se deben corregir en la crianza y educación de cualquier chico. Pero si la forma de evitar el mal gesto es con un cachetazo, una zamarreada o un apretujón, es quizás probable que la conducta no se repita solamente por amedrentamiento y no por haber aprendido realmente la lección.
Por otro lado, los profesionales aseguran que al usar la violencia como método correctivo, no solamente la educación corre riesgo, sino también la propia integridad del chico en cuanto a su desarrollo, esto es cómo lo marcará de aquí a un futuro.
“Los chicos necesitan vivir en un medio sin violencia, fundamentalmente por razones emocionales y psicológicas. El problema es que, si sus progenitores son los que ejercen la violencia, es muy difícil que estos puedan cumplir satisfactoriamente con los procesos familiares, las funciones de crianza y la educación que son necesarias”, analizó en diálogo con Info Región el médico psiquiatra, terapeuta familiar Carlos María Díaz Usandivaras.
Es que, según apuntan los propios especialistas, más allá de las instituciones y de los nuevos ámbitos de socialización que fueron emergiendo, sigue siendo la familia el núcleo social más importante para cualquier chico. De ahí nace y desde allí se lanza a la vida.
Y aunque los modelos de familia hayan cambiado, ésta sigue teniendo un rol fundamental, particularmente en el proceso de socialización primaria. “Aunque se avance sobre ella y se la maltrate cada vez más, es una entidad biológica, propia de la naturaleza y que se modula culturalmente. No se la va a poder suprimir ya que es un elemento biológicamente necesario, dado que el neo nato humano nace en condiciones sumamente precarias y no puede subsistir si no tiene un lugar en el que pueda crecer y educarse”, argumentó.
El problema es, precisamente, cuando la violencia parte de la misma casa, y así los menores la extienden a sus demás ámbitos sociales. “Hay una gran cantidad de violencia sobre los niños, alegando justamente protegerlos contra la violencia, lo cual parece una paradoja pero es así. Suele darse en familias en las que hay conflictos en el matrimonio o divorcios, donde se da la posibilidad de que se utilice a un chico para agredir al otro progenitor”, opinó.
“La mala educación”
Los establecimientos educativos no permanecen ajenos a esta realidad y, en muchos casos, suelen ser el receptáculo en el que se manifiesta la violencia que parte de la sociedad y del propio hogar. Así, muchas veces los chicos vuelcan en su aprendizaje este tipo de problemática. Y la situación puede agravarse aún más si, además de llevar al aula las agresiones hogareñas, también los docentes se dirigen a ellos de ese modo.
Aunque los castigos físicos permitidos en otros tiempos han desaparecido de la escuela, la enseñanza con agresión no se esfumó del todo. “Si en el aprendizaje hay miedo, angustia, terror a que me griten o me sancionen en algo, me nublo. El chico se inhibe y lo más leve que le puede pasar es una inhibición en ese aprendizaje”, argumenta la licenciada en Psicopedagogía e integrante de gabinetes escolares Graciela Del Vigo.
En casos donde puede haber temas que le interesen, “si están planteados desde la violencia, el chico no va aprender”. Por eso es fundamental el modo en que los maestros se dirijan a ellos.
Actuar en conjunto
Sucede que a veces la violencia contra los más chicos se “invisibiliza”. Con la excusa de la educación, de impartir buenos modales y erradicar la mala conducta, muchas veces el golpe, la agresión física, se “naturaliza” y se transforma en un correctivo implacable que, según creen quienes lo aplican, no dejará dudas acerca de qué está bien y qué está mal, aunque sin advertir que eso mismo que ellos hacen es erróneo.
Es por eso que, en casos, la problemática se extiende más allá de los muros de los hogares, las escuelas y otros ámbitos. Cuando esto ocurre, e incluso antes, el Estado es el que debiera intervenir, garantizando el derecho de los chicos a vivir sin agresiones físicas, mentales o emocionales.
En la provincia de Buenos Aires, la Subsecretaría de Promoción de los Derechos de los Niños y Adolescentes es la encargada de ello, trabajando con la ley provincial 12.569 de Violencia familiar, que habilita a que cualquier persona pueda hacer una denuncia cuando advierte un hecho de estas características.

La Ley como herramienta

Argentina cuenta con varias herramientas para garantizar el derecho de los chicos a vivir sin violencia: el acatamiento a las convenciones internacionales y las leyes nacionales y provinciales, entre la que se encuentra la de violencia familiar.
En los últimos años, el desafío de la legislación nacional fue sustituir el sistema de patronato -más proteccionista y de tinte “paternalista”- por uno en el que los niños no estén institucionalizados. Con esto, los plazos para resolver las situaciones de violencia en los niños son “mucho más breves” a fin de que “permanezcan la menor cantidad de tiempo posible” institucionalizados judicialmente.
Para esto, se trabaja de manera interdisciplinaria con un equipo de profesionales, lo que permite que no haya que esperar una pericia ante una urgencia, sino que el juez consulte al momento con un psicólogo, psiquiatra o trabajador social.
Mirar al futuro
Para garantizar el derecho de los niños y adolescentes a vivir sin violencia, no sólo se deberá lograr que las leyes se cumplan, sino también atender los desafíos que la Justicia presenta, entre ellos mayor cantidad de recursos para atender óptimamente las demandas.
A la vez, el Estado debe procurar poner en marcha herramientas efectivas y duraderas para solucionar los problemas de raíz, mientras que las familias y los educadores rever sus roles para que la violencia que ellos generan y también padecen no se transmita a los chicos, y así estos y la sociedad en su conjunto puedan crecer en paz.


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