Nacido el 16 de noviembre de 1918 en Pergamino, fue un arqueólogo, antropólogo y médico que se destacó en el estudio de las culturas precolombinas que se desarrollaron en América del Sur, en particular en el actual territorio argentino.
Fue pionero en la aplicación del método de datación por Carbono 14 en América del Sur. Lo utilizó en el cerro Inti Huasi (San Luis) para demostrar que los restos encontrados allí tenían una antigüedad de 8.000 años.
Gran parte de su labor la desarrolló en excavaciones sobre culturas agroalfareras en la provincia de Catamarca, que en 1992 le deparó un reconocimiento público por su aporte al conocimiento del pasado catamarqueño.
Realizó un aporte fundamental en la periodización de las culturas precolombinas del Noroeste Argentino (NOA) cambiando la metodología y técnicas de campo, estableciendo nuevas metas, como la reconstrucción histórica cultural integral, incorporando la economía y la organización social, a los estudios relacionados con la cerámica.
Entre otros logros, Rex González definió a la cultura de La Aguada como una nueva entidad arqueológica de nuestro noroeste (1955) e introdujo en la Argentina la técnica del fechado radiocarbónico. Autor de más de un centenar de trabajos, publicó también una singular autobiografía, Tiestos dispersos.
En largo derrotero fue laureado con varias nominaciones, entre otras las siguientes: premio a la producción científica nacional otorgado por el Ministerio de Educación; medalla otorgada por la Spinden Society; distinción especial de la American Archaelogical Society; doctor Honoris Causa designado por la Universidad Nacional de Tucumán; doctor Honoris Causa designado por la Universidad Nacional de La Plata; doctor Honoris Causa designado por la Universidad Nacional de Córdoba; presidente de la Comisión de Ciencias Antropológicas; presidente del LXXXVII Congreso Internacional de Americanistas; profesor visitante de la Universidad de Harvard, EE.UU., 1968; miembro de la Comisión Argentina al Sudan; director del Museo Etnográfico, 1984-1987; jefe de la División Arqueológica del Museo de La Plata. Posee 107 publicaciones, entre libros, opúsculos, boletines, monografías y artículos aparecidos entre 1939 y 1986, entre ellos: Arte precolombino del NOA - Tokio, 1991; Las placas metálicas de los Andes del Sur, 1992; La metalurgia precolombina en Sud América, 1990.
Pero además de los galardones oficiales, Rex González está considerado la “bisagra” de la Arqueología argentina, una profesión que ya contaba con extraordinarios referentes pero que ni siquiera existía en las universidades de este país cuando él empezó a ejercerla, y dentro de la cual se convirtió en uno de sus más respetados y polémicos representantes. Por su destacada labor que trascendió las fronteras, en 1993 fue “Ciudadano Ilustre” de Pergamino, y la misma distinción obtuvo en la Ciudad de Buenos Aires, en 1996.
En diciembre de 2007 recibió un homenaje de la comunidad de Pergamino, realizado en las instalaciones de Cinema Pergamino, donde hubo una fuerte participación de entidades y bajo la organización de la Fundación Casa de la Cultura y la Municipalidad. Allí se le brindaron varios tributos y se proyectó un documental sobre su vida. En gran medida ese día muchos pergaminenses, en especial jóvenes, tomaron dimensión de quién era Alberto Rex González.
En esa oportunidad, aún mostrando los achaques propios de su edad pero con una lucidez envidiable, este ilustre pergaminense no ocultó su emoción por recibir en vida el reconocimiento de su pueblo. En primera persona “Nací en Pergamino, ciudad que se edificó a la orilla de un arroyo que está excavado dentro de sedimentos de lo que se llama -desde el punto de vista arqueológico- Formación Pampeana, que es el depósito de una enorme fauna cuaternaria extinguida, es decir, anterior al 10.000 a.C. Era una zona pastosa, de manera que vivían allí grandes herbívoros, como los gigantescos gliptodontes que proliferaban en esa zona. Y mi vocación por la Arqueología tiene que ver con mi paso por el Colegio Nacional de Pergamino donde, con algunos compañeros y paisanos del lugar, buscábamos restos fósiles. Yo ya tenía por entonces un gran incentivo que era haber leído algún libro de Florentino Ameghino, por lo que no me fue ajeno el estudio de esa fauna, conocer cómo eran, cómo se habían adaptado al medio y cómo habían ido cambiando de acuerdo con la teoría darwiniana de la evolución.”
“Yo estaba todavía en la escuela primaria que cursé como pupilo en el Colegio Marista de Rosario cuando descubrí a Darwin. Seguramente fue en un sector de la biblioteca que los hermanos maristas habían vedado a los alumnos, pero en la que yo incursionaba para leerlo a escondidas, porque de lo contrario me hubiesen sancionado. Ahí fue que se produce un cambio progresivo en el que de la verdad revelada -yo era muy religioso- pasé a la verdad adquirida, a la verdad científica, a la que se llegaba con el estudio y con la investigación. El Génesis aparecía simplemente como un mito mientras que la explicación darwinista de la evolución de las especies era una teoría lograda después de muchos estudios y muchas observaciones.” Los primeros descubrimientos “De Darwin pasé luego a su expositor local, a Florentino Ameghino, cuyas lecturas me fueron fundamentales para aplicar esos conocimientos en el análisis de las especies que se iban encontrando a orillas del arroyo en torno del cual fue levantándose Pergamino, y de donde fui rescatando algunas piezas interesantísimas que afloraban en las barrancas. Yo ya llevaba tiempo coleccionando fósiles y trataba de clasificarlos. Y era muy fácil, aunque yo no tenía conocimientos de Zoología ni de Paleontología, no había estudiado eso, era un chico de la secundaria, pero tenía uno de los grandes catálogos hechos por Florentino Ameghino y no era muy difícil, por comparación, saber de qué se trataba.”
“Un día, con un par de compañeros de correrías, encontramos una caparazón enorme, era un gliptodonte de una familia especial, uno de los más grandes gliptodontes, como de dos metros de diámetro. La vocación temprana “Terminada la secundaria tenía que decidir qué carrera seguir. Quería estudiar arqueología pero en ese momento esa disciplina no era una carrera independiente, sino una materia dentro de otras carreras de las Facultades de Ciencias Naturales y de Filosofía y Letras. Pero llegó la hora de partir hacia Buenos Aires en el viaje de egresados y yo, además de participar en esta gran ciudad de las parrandas propias de la juventud, un día convencí a unos cuantos compañeros de visitar el Museo de Historia Natural. Allí conocí a un señor que advirtió mis conocimientos y me preguntó si me gustaba tanto, a lo que respondí que muchísimo pero que no sabía dónde estudiarla. Este señor me habló de Héctor Greslebin, con quien me contactó y a quien pude ver antes de volverme a Pergamino. A él le confié lo que ya era mi vocación y me aconsejó seguir una carrera liberal para asegurar mi sustento, sin descuidar por ella mi afición por la Arqueología.”
“Fue así que, al enterarme que compañeros y amigos míos del secundario se iban a Córdoba a estudiar Medicina, me sumé a ellos. Me recibí de médico pero mi verdadera inclinación era, cada vez más, la Arqueología. La Medicina la ejercí cuando -ya poseedor de una beca para estudiar en los Estados Unidos- costeé mi viaje como médico de un buque mercante que me llevó de Buenos Aires a Nueva York. Por fin la Arqueología “Ya recibido de médico, me acerqué a un famoso antropólogo suizo-argentino, hijo de un médico mendocino, llamado Alfred Metraux. Metraux tenía un cargo muy importante en la Unesco y residía en París adonde escribí diciéndole que quería estudiar Arqueología y antropología. Me contestó señalándome que el mejor lugar para estudiar esas disciplinas era los Estados Unidos. Su respuesta coincidió con la presencia en la Argentina de Julián Stewart, quien dio una serie de conferencias en el Museo Etnográfico de la calle Moreno y que tenía un enorme prestigio como antropólogo en universidades norteamericanas. Stewart estaba compilando una vasta obra de conjunto que era una especie de housebook sobre los indios sudamericanos.”
“Stewart me recomendó al Instituto de Educación Internacional del Departamento de Estado de los Estados Unidos. El era profesor en la Columbia University de Nueva York, universidad a la que finalmente, otorgada la beca, fui a estudiar y donde me recibí de Doctor en Antropología en la especialidad de Arqueología.
“La beca, como todas las becas, era escasa por lo que recibía ayuda de mis padres desde la Argentina, quienes pese a que me querían más como médico que como arqueólogo nunca desalentaron mi verdadera vocación y me estimularon desde lejos para que cumpliera mi destino.” (Fuente La Opinión)
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