En las universidades hubo decanos y rectores, como pasó acá", relató Alberto Daniel Goldberg, radicado en Santa Rosa desde mediados de los '80 con una larga trayectoria como ingeniero agrónomo, docente y dirigente de organizaciones no gubernamentales, como la Fuchad.
En su casa Goldberg recibe a periodistas del sur del país para referirse a la presentación que realizó el martes en el Juzgado Federal porteño de Daniel Rafecas, que investiga varias causas relacionadas con el terrorismo de Estado en los años setenta.
Goldberg integra un grupo de ex integrantes del INTA Pergamino que sufrieron la persecución, la tortura, el encierro y, como en su caso, el exilio, acusados de subversión. Aun cuando nunca habían integrado ninguna de las organizaciones armadas que fueron exterminadas a sangre y fuego antes y después del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976.
El ingeniero agrónomo y sus compañeros, patrocinados por el abogado Rodolfo Yanzon, no apuntan ahora contra los militares, sino contra los colaboradores civiles. "Queremos hacer de esto un hecho pedagógico hacia la sociedad, pero si sólo nos quedamos en juzgar a los militares, es decir, con la verdad a medias, la pedagogía no se hace", reflexionó.
Además de un cambio en el contexto político nacional, surgido en 2003, cuando comenzaron a motorizarse los juicios a los represores, con la derogación de las leyes del perdón, luego declaradas inconstitucionales por la Corte Suprema de Justicia de la Nación, la idea de los ex detenidos del INTA Pergamino se aceleró con la aparición de una historiadora, becada por el Conicet, que comenzó a entrevistarlos para reconstruir la historia de la represión al interior de ese organismo de extensión agropecuaria.
De Sierra Chica al exilio.
Goldberg relató su caso al juez Rafecas. "Habían pasado unos pocos días del 24 de marzo de 1976 cuando por la madrugada escuché fuertes golpes en la ventana de mi dormitorio -yo vivía y trabajaba en la ciudad de Pergamino-, se trataba de una patrulla del Ejército que luego de entrar en mi casa comenzó a hurgar en todos los rincones buscando armas, según me dijeron. Obviamente no las hallaron porque, salvo en la conscripción, no había siquiera manipulado un arma, pero sí se apropiaron de libros, fotos familiares y documentos varios.
Se me comunicó que estaba detenido y fui transportado en un micro del Ejército junto a otros pobladores pergaminenses hasta la Cárcel Modelo de San Nicolás, allí se ordenó el descenso de todos los que me acompañaban, en cambio a mí se me esposó al asiento", recordó.
Luego de cargar a otro detenido que venía ya muy golpeado, el vehículo que lo llevaba se puso en marcha y, después de recorrer un corto trayecto, colocaron una capucha en la cabeza de Goldberg. El transporte siguió por otro momento su viaje para luego realizar el trasbordo del "pasaje" a un auto.
Picana y preguntas.
"El viaje terminó en un recinto destinado a la tortura, posiblemente la comisaría de San Nicolás o el Cuartel correspondiente al Batallón de Ingenieros de Combate 101, cuyo comandante era el Teniente Coronel Saint Amant, uno de los sindicados como participe del asesinato del obispo Monseñor Ponce de León. En dicho recinto, como era regla general en aquellos días, desnudo, mojado y tendido sobre flejes de metal se me hace pasar corriente por diferentes partes del cuerpo, ensañándose sobre todo en la región del pene y su periferia al tiempo que bromean sobre mi circuncisión, una forma de pagar tributo a mi condición de judío y a la nazificacion de importantes sectores de las FFAA", continuó el relato.
El interrogatorio al que era sometido en los instantes en que no le pasaban corriente estuvo íntegramente relacionado con su actividad en el INTA, sobretodo con la parte gremial. Además, pretendían que la institución había estado bajo el control operacional de Montoneros y querían que el ingeniero agrónomo les detallara el tipo de relaciones que mantenía.
Luego de esa primera etapa de su condición de preso político, Goldberg fue transferido a la Cárcel de San Nicolás, donde tiempo después se le comunicó que había sido puesto a disposición del Poder Ejecutivo Nacional. Un empleado de la Estación Experimental INTA Pergamino lo notificó que había sido cesanteado por aplicación de la Ley de Seguridad Nacional. Tres meses después fue transferido al Penal de Sierra Chica, de donde salió a fines de 1977.
"En Anguil no hay subversivos".
Una vez en libertad, Goldberg y su familia se fueron del país. El primer destino fue Honduras, luego México y finalmente Bélgica. De allí regresó al país en 1986, poco antes de las presiones militares que llevaron al gobierno de Raúl Alfonsín, que un año antes había propiciado el histórico juicio a las Juntas, a dictar las denominadas leyes del Perdón: el Punto Final y la Obediencia Debida.
Los gobiernos que vinieron después no les inspiraron confianza. Recién en 2003 pareció abrirse el camino de la Justicia. Alrededor de 34 años después, Goldberg sentenció: "A todos los que fuimos trabajadores del INTA y padecimos los avatares del Proceso (cesanteados, presos, familiares de desaparecidos) no se nos escapa que ha habido una colaboración institucional, la que determinó nuestro destino y en el caso particular de la Estación de Pergamino, donde la persecución se hizo más rigurosa, tenemos la convicción de que el entonces Director fue uno de los más conspicuos colaboradores".
"Puedo comprender la actuación de los militares que vinieron a buscarme a mi domicilio, al fin y al cabo se les había vendido durante generaciones de uniformados la historia de la obediencia debida, pero ¿cómo entender la actitud del director que vivía a la vuelta de mi casa y nos saludábamos cotidianamente? ¿qué profundo y malsano clivaje ideológico debió existir en él y en los miles que actuaron de manera semejante?
Y tras de él, como telón de fondo está la institución, las autoridades que hicieron posible el acceso de tales personas y la existencia misma del clivaje ideológico cuya patología nos lanzó a las cárceles, la desaparición o a la pobreza del que perdió su trabajo", expresó. (Datos Diario del Sur)
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