En realidad, sin apelar al latiguillo común, en este caso se puede decir que hay un problema de comunicación. Porque el modelo es simple. Como idea macroeconómica básica, se trata de sostener dos cuentas en azul: el presupuesto nacional corriente y la balanza de pagos, que tiene en cuenta los pagos internacionales por importaciones o por giro de utilidades, regalías e intereses de las empresas, que deben ser compensados por los ingresos por exportaciones e inversiones desde el exterior. Dicho todo esto de manera simplificada.
Los llamados superávit gemelos -de presupuesto y de balanza de pagos- son los que permiten minimizar o eliminar la necesidad de endeudarse en el sistema financiero, sobre todo en el exterior, y con ello permiten liberarse de las políticas de centros de finanzas que sólo sirven a los financistas. A esas metas, que podríamos calificar de condición necesaria, el modelo le agrega la vocación de estimular el mercado interno y para ello se promueve una mejora en la distribución de ingresos vía salarios activos y pasivos.
De este modo, se espera que el mayor consumo provoque una mayor inversión para asegurar una mayor oferta. Finalmente, lo que podríamos llamar cuarta pata del modelo, es la atención de los excluidos, población que se considera en tránsito hacia el “interior” de la economía. La medida más relevante en este sentido es la asignación universal por hijo, pero se pueden agregar las cooperativas del Plan Argentina Trabaja y varias complementarias.
Ese es el modelo. Y ha funcionado durante todos estos años, saliendo del infierno, como alguna vez dijo Néstor Kirchner. Ahora bien, las cuatro condiciones expuestas no son equivalentes, en cuanto a asegurar la estabilidad del sistema. La existencia de los superávit gemelos condiciona todo el resto, porque de ser necesario recurrir al financiamiento externo aparecerían los perversos condicionamientos de que dan cuenta algunos países europeos de este momento. El superávit presupuestario primario es una condición de buena administración y se puede conseguir con una organización adecuada al interior del Estado.
La salud de la balanza Con la balanza de pagos no pasa lo mismo. Depende de conjugar varios frentes, en cada uno de los cuales se necesita una política permanente. Por empezar, la diferencia entre exportaciones e importaciones debe ser la mayor posible. Esto significa tanto aumentar las exportaciones como reducir las importaciones. El gran protagonista de este desafío es la tecnología, además del mercadeo. Agregar valor a exportaciones primarias requiere conocimiento técnico y comercial. También se requiere conocimiento para sustituir importaciones de componentes de las cadenas de valor automotriz o electrónica, por citar solo dos ejemplos.
El otro elemento clave para la salud de la balanza de pagos es el giro de utilidades y regalías al exterior, que por supuesto está asociado al control multinacional de la producción de bienes y servicios en el país. La situación de hace 10 años era de alta extranjerización en la producción industrial, extendida al comercio de granos y a la industrialización agraria para exportación y a la minería. El modelo no puso en primer plano la necesidad de aumentar la participación nacional en este escenario, porque las urgencias fueron otras y los números igualmente funcionaron bien. Sin embargo, cuando el giro de utilidades y regalías llega a 10 mil millones de dólares anuales, lo que a su vez representa más del 50% del excedente comercial, se hace necesario dirigir la atención a este componente. Si no se hiciera, en algunos años podría reaparecer la necesidad de financiamiento externo, que queda claro que no es una condición deseada ni deseable.
Acciones Hay dos actitudes diferentes para actuar en esto. Una variante podría ser establecer regulaciones como existen en numerosos países, donde se fija la obligación de reinvertir en el país una proporción de las utilidades generadas. Sin duda, esto es una solución de corto plazo, pero a mediano y largo plazo el problema tal reaparezca ampliado. La alternativa es definir espacios sectoriales en que no sólo no se acepta la inversión de capital extranjero sino que se define una política tecnológica y de inversión para fortalecer a los actores nacionales que puedan ser protagonistas allí. Si reaparece una restricción en el sector externo, poco sentido tendría tener presencia de capital extranjero en la industria alimenticia o de indumentaria o del cuero o tantas otras de mediana complejidad técnica.
Este documento no tiene por objeto señalar la vocación de tomar iniciativas traumáticas en el campo productivo. Simplemente, parece necesario prender una luz amarilla sobre la vigencia de un pilar esencial del modelo -superávit de balanza de pagos- y comenzar a poner sobre la mesa los caminos para sostenerlo. Ellos pueden ser más imaginativos o más prudentes; más rotundos o más progresivos. Lo que seguramente no nos deberíamos permitir es que aparezca como única opción la caída del consumo popular, que reduzca las importaciones como reflejo de una pérdida de la calidad de vida y no de un esfuerzo técnico del conjunto de la sociedad en esa dirección.
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