Lo peor es que no lo han notado ni propios ni ajenos. O los extraños sí, pero creen que significa poco y nada. ¿De qué se trata ese cambio? La presidenta ha tomado más altura. Ha decidido en algún momento de los últimos meses ponerse por encima de los enfrentamientos entre las partes. Fíjense bien. No ha contestado ninguna de las agresiones a las que la oposición y los medios hegemónicos la han sometido en los últimos tiempos. Ha interferido apenas en el debate sobre Mario Vargas Llosa, casi no se ha pronunciado públicamente sobre el escandaloso traspié del Grupo Clarín, que se inventó un autoboicot –como bien lo demostró Roberto Caballero en su irrefutable investigación– para armar el escenario de limitaciones a la libertad de prensa para ocultar la falta de libertad sindical y las violaciones constitucionales en sus propias entrañas, y tampoco ha hecho fuego con el manifiesto que convoca a la resistencia civil por parte de los democratizadores de siempre.
Cualquiera podría decir que la presidenta ha elegido una estrategia defensiva que suplanta a la confrontación y que consiste en minimizar el posible daño que puedan generar las jugadas de la oposición para evitar que se produzca una caja de resonancia que amplifique las palabras en su contra. Pero si uno la escucha atentamente podrá darse cuenta de que hay otras palabras, otros gestos, otras señales en los discursos y las apariciones públicas presidenciales. La maduración de ese nuevo perfil, quizás, se haya hecho patente por primera vez en el discurso que dio a los jóvenes en el Estadio de Huracán el 11 de marzo pasado. Pero se repite constantemente: como en una letanía, Cristina Fernández habla constantemente de “unidad”, de “comprensión”, de “pluralidad”, y pronuncia esas palabras para propios y para ajenos. Se lo dijo en la supuesta “crisis” a Hugo Moyano y a todo el Movimiento Obrero Organizado, cuando el sindicato de Camioneros lanzó el paro de 24 horas por la presunta persecución judicial suiza, pero lo repitió esta semana cuando en uno de sus discursos dijo que ella era “la presidenta de la unidad de los argentinos”.
León Herbívoro
Siempre me impresionó el regreso de Juan Domingo Perón a la Argentina. Comprendo a aquellos que en los años setenta fueron críticos furibundos del viejo General, e incluso, también a aquellos que movidos por el desconcierto, el dolor de la derrota, el despecho, se encerraron en una visión histórica que minimizaba, soslayaba o directamente rechazaba el rol histórico del líder que regresaba como un “León Herbívoro”. Creo que, con todas sus contradicciones, con sus limitaciones físicas, epocales, vitales, ideológicas –como diría el progresismo– y políticas, el tercer Perón es el más profundo, el más maduro, el mejor Perón. Ocurre, sencillamente, que la dinámica histórica de las fuerzas desatadas se lo lleva puesto. Pero el tercer Perón es un hombre que viene a institucionalizar el país, a pacificarlo, a realizar transformaciones en “su medida y armoniosamente”, que viene a plantear el Pacto Social que garantice una distribución de la renta nacional en un 50 y 50, que llega para iniciar un proceso de unidad latinoamericana, que vuelve para suturar esos 18 años de proscripción que sufrió no sólo el peronismo sino el proceso democrático argentino. El Tercer Perón es sin duda un jugador que mira toda la cancha, un estadista, un hombre que pone el todo por encima de las partes.
Prenda de Unidad
Un proyecto político determinado alcanza su hegemonía cuando la parte que representaba logra imponerse sobre las demás partes, pero, sobre todo, cuando toma conciencia de las demás partes y logra hacerse cargo de ellas. Es decir, cuando logra ponerse por encima de las facciones y se legitima como lugar y prenda de unidad. Y sobre todo, cuando es visualizado por la sociedad como el “anhelo inevitable”. Cuando no se visualiza una opción superadora que permita remplazar lo existente. Generalmente, se produce el proceso de superación y unificación en forma dialéctica.
Oposición “progresista”
El primer problema que tiene la oposición “progresista” es que no encontró una idea superadora al kirchnerismo. Sus principales referentes hablan de emprolijar, emblanquecer, mejorar el actual modelo pero no hay una concepción que cambie radicalmente el mapa político: así como Fernando de la Rúa pretendió ofrecerle a la sociedad un “menemismo blanco”, la oposición en este momento ofrece, desde lo discursivo, un modelo productivo más “institucionalizado” y “honestista”. Pero no mucho más. Ofrece una copia, no un original. Pero eso sólo en el plano discursivo porque en el sistema de alianzas económicas y corporativas, la oposición tiene claro que el modelo al que apuntan construir es diferente al del actual proceso democratizador, desmonopolizador y distribuidor de la riqueza. Es muy difícil realizar un modelo nacional y popular, cuando uno es apañado por los medios liberales conservadores ni por la Mesa de Enlace o AEA, por ejemplo. Tarde o temprano hay que responder a los pactos preexistentes a las elecciones.
La culpa es del otro
Mientras el Peronismo Federal se desgrana en una competencia interna que no lleva a ningún lado, Mauricio Macri despilfarra su capital político intentando que su inacción gubernamental, sumada a la operación de autovictimización, le rinda resultados. Pero es una de las estrategias más riesgosas, porque corre el peligro de que la sociedad, incluso su propia clientela, no sepa distinguir su calculada estrategia y termine creyendo que se trata simplemente de ineptitud gubernamental. La crisis de seguridad de los hospitales ya colmó la paciencia de muchos ciudadanos que soportaron los aumentos impositivos en pos de la creación de una Policía Metropolitana que, con sus 1800 efectivos, no puede resolver la crisis del Indoamericano, no tiene poder de reprimir el delito, sólo posee una función recaudadora y ahora tampoco puede custodiar los edificios públicos.
Unir para liberar
Frente a las contradicciones, las imposibilidades, las contrariedades de la oposición, el gobierno comienza a cambiar lentamente su piel. Sutilmente. En forma apenas perceptible, por ahora. Se ha propuesto una gran misión: la unidad nacional. Esa era la tarea que se había marcado el tercer Perón. Unir para liberar, era la consigna de aquella época. Se me ocurre que el desafío de esta época es unir para consolidar un modelo, unir para colocar a la Argentina definitivamente lejos del país que comenzó en 1976 y concluyó en 2003.
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