Me llamó especialmente la atención la gran cantidad de jóvenes que había allí, manifestando su adhesión y su afecto a la presidenta Cristina Fernández. No eran sólo trabajadores, había muchachos de clase media, pibes de traje que salían de las oficinas y se encontraban en la mítica Plaza. Me conmovieron los gestos de tristeza, de angustia y los llantos en esos rostros tan jóvenes.
Ningún observador de la realidad puede desconocer este fenómeno tan particular: es el momento de asumir, en el afán de aprender a “entender la realidad”, que hay una cantidad de jóvenes incorporándose a la actividad política e institucional. Kirchner tuvo mucho que ver con eso, porque instaló la política de forma diferente. Gran parte de nosotros también tuvo que ver con ese movimiento, porque fuimos a la Marcha Federal, a la Marcha Grande, entre otras.
El interés de los jóvenes por la política es una especie de destape, se trata de una novedad absoluta. Ahora es necesario saber cómo va a responder la vieja militancia a este acontecimiento. ¿Entenderemos que se trata de una generación que no se parece a nosotros, que es diferente, porque pasaron muchos años en el medio? ¿Comprenderemos que estos chicos vienen con lo nuevo, con lo diferente, pero sobre todo vienen desintoxicados de las internas, de las confrontaciones estériles?
¿Por qué digo esto? No sólo por lo que se vivió en la Plaza, sino porque desde hace tres años que estoy tratando de armar una comisión de jóvenes empresarios en mi organización, y este año por fin lo logré. Recuerdo un hecho particular de las primeras reuniones: este grupo de muchachos no quiso llevar el mismo nombre de la entidad, cosa que me causó gracia. Al principio tuve una actitud de rebeldía. ¿Por qué el “no” al nombre de la entidad que es la Historia? Ellos no quisieron llamarse igual. Querían ser parte, pero tener un nombre propio.
Recuerdo haberles expresado a mis compañeros que cuando los jóvenes irrumpieran en la vida institucional de las organizaciones, en este caso de las que yo soy parte, iban a venir a complicarnos la vida. Pero eso es lo más saludable: que vengan a complicarnos la vida.
Ellos vienen a dar otro mensaje, a decir otra cosa. Hay que tener los oídos abiertos, hay que escuchar atentamente, hay que valorar ese aporte de los que vienen sin esas estructuras vetustas. Y tengo la sensación de que algo novedoso pasa, y que va a seguir pasando; y que tenemos una responsabilidad: saber qué mensaje les damos. Debe ser de unidad, en la diversidad y en las diferencias, no monolítico y estructurado. Rechacemos esa unidad casi infantil que nos llevó a ser pedacitos chicos de la sociedad, con muy baja representatividad.
La idea es que el campo nacional y popular, con todos sus matices, también tiene un objetivo común: alcanzar esa Argentina inclusiva, del trabajo, del desarrollo, integrada a los países latinoamericanos, esa que soñamos sin pobres, sin marginales.
Hay que aprovechar la coyuntura e incorporar a los jóvenes al campo político. Debemos abandonar la idea de divismo, de ser la primera figura, detalles que nos hacen tanto daño. Estoy hablando de esa intoxicación que tenemos los viejos de la política de la verdad revelada, de las estructuras rígidas, de la incapacidad de crear espacios inteligentes para reflexionar junto con otros que son diferentes, de buscar caminos alternativos.
No tenemos que tomar las discrepancias como algo tajante, como si estuviera cortado por un hacha el vínculo, como si eso fuera el fin, y de ahí empezar todo de nuevo para ocupar un espacio chiquito y otro, y otro, y otro… Esta situación sólo hace que el conjunto de la sociedad se desconcierte cada vez más y busque identificación en nuevos horizontes.
Los jóvenes irrumpieron desde esta experiencia de una manera significativa. Creo que van a encontrar y reclamar, creo que van a ser parte de una militancia que en los próximos años va a ser reveladora. Si nosotros desaprovechamos esta oportunidad y dejamos que la derecha gane los espacios que tenemos y los que podemos construir con el aporte de los jóvenes, la vida nos va a castigar de una manera brutal y seremos responsables de lo que venga.
La unidad del campo nacional y popular, la búsqueda de objetivos comunes, el sueño de una Argentina donde realmente se termine con la pobreza y sea un país digno de ser vivido. Todo eso está latente, está ahí, vivo.
Aclaro que no tengo pretensiones de analista político, simplemente es un pensamiento en voz alta. Me entero de una situación, la proceso y la transcribo. Y es un llamado de atención a mí mismo. Yo fui parte del pasado, “soy parte del pasado” –entre comillas porque todavía soy militante–, soy parte de los vicios, de las deformaciones; y la verdad es que estoy reflexionando cómo ser parte del futuro. Y creo que para serlo no debo perder la identidad ni la pertenencia, sino depositar esfuerzo en la unidad, en la búsqueda de consenso para la consecución de un modelo en donde la Argentina nunca más retroceda un paso.
Una vez escuché de un periodista una frase y la tomo como mía: “Así como la dictadura nos hizo acuñar la frase ‘Nunca Más’, en este momento histórico del país, debemos acuñar el ‘Nunca menos’. Hoy digo, NUNCA MENOS. Ese es el punto de partida: NUNCA MENOS.
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