No vamos a ocuparnos del primer anillo que rodea esta muerte repudiable y dolorosa. La Justicia actúa a paso redoblado y el círculo del crimen con sus autores materiales e intelectuales se cierra inevitablemente. Deberán caer en prisión para ser juzgados, todos los que deban ser juzgados. Los dirigentes y los dirigidos, los mafiosos con anillos de oro y los mercenarios con olor a muerte.
Pero en el segundo anillo de la investigación, se impone conocer la dimensión de todo crimen político. Y el de Mariano es un crimen político.
Conocer el comportamiento de las conductas sociales y antisociales de los protagonistas de estos tiempos, de los gobernantes y los gobernados, de los periodistas y de sus medios, de los políticos y de sus partidos, de los que crean sentido común a diestra y siniestra, es un dato más que relevante para conocer en qué tramo de su historia está el país que construye, como puede y debe, su propio futuro.
En otros tiempos, de violencia y crisis recurrentes, el sonido de un disparo, si bien no era intrascendente, era casi una parte del paisaje. Pero en este país ya no es posible que pase desapercibida ninguna muerte, ninguna herida, ninguna mordaza.
El país donde asesinaron a Mariano Ferreyra es el país de la Asignación Universal por Hijo, mal que les pese a los bichos de carroña que abundan por derecha y por izquierda. Es un país a mitad de camino entre la crisis de representatividad hegemónica de fines del siglo XX y la otra crisis, la del crecimiento, que hace latir y tensar las almas, de un lado, y trancar con siete llaves las puertas del poder impune, del otro.
Decir que se está a mitad de camino supone aceptar el desafío de seguir avanzando. Y adelante está el país de la justicia social, el de la belleza sin franquicias, el de las muestras al aire libre sin un Macri que se oponga, sin tercerizaciones en el empleo, sin monopolios mediáticos, sin nietos desaparecidos.
Sin represión policial. En este marco es que se sustancian los hechos políticos acaecidos a partir del mismo instante que se conocieron las primeras noticias sobre el crimen; diría un sumario de ocasión.
El Grupo Clarín en pleno, con sus repetidoras y suplementos de variada laya, salieron a apuntar contra el Gobierno y contra el “sindicalismo de Hugo Moyano”. Para ello utilizaron a su sempiterna estrella movilera, el señor Bazán, transmitiendo desde la calle y bajando línea vertical sobre esta muerte que, en su relato, coronaba la muerte de todos los reprimidos en gobiernos democráticos.
Toda muerte violenta es una tragedia humana. Pero no todas las muertes revelan una misma época. Si el Grupo estaba tan seguro que ésta completaba la masacre del puente Avellaneda, con “la mejor policía del mundo” según Eduardo Duhalde y Carlos Ruckauf, disparando a mansalva sobre Kosteki y Santillán, aquella masacre que les inspiró el título de “La crisis causó dos nuevas muertes”, ¿sabía acaso que también ahora fueron las balas policiales las que dispararon y no una patota sindical? ¿Será llamado a declarar por tan temerarias afirmaciones, alguno de los voceros del señor Magnetto?
Desde ese momento, disciplinaron el discurso de sus seguidores. Los radicales del partido centenario, con Gerardo Morales y Ernesto Sanz a la cabeza, salieron a dar cátedras de “pacifismo” a los gobernantes actuales, olvidando por efecto de la desmemoria, el charco de sangre que alfombró Plaza de Mayo cuando huía en helicóptero el último presidente radical, Fernando de la Rúa.
Si en el primer anillo quedó claro que las balas partieron de un solo lado, en el segundo anillo quedó suficientemente demostrado que los agravios y acusaciones también partieron de un solo lado: el de los opositores del Grupo A. Desde la derecha no hay mucha necesidad de sobreactuar estas situaciones, cuando de atacar a un Gobierno Nacional y popular se trata. Es parte de su prontuario. Pero desde la progresía placeba, a la hora de agacharse, aceptan lo que venga, hasta concurrir al almuerzo televisivo de Mirtha Legrand y brindar reportajes a Clarín exaltando su arrepentimiento sobre la última votación en diputados a favor de la democratización de Papel Prensa.
Es el caso de Pino Solanas, desautorizando a la diputada Cecilia Merchán y sumándose al coro del Grupo Clarín que apuntó contra el Gobierno. El triste papel de Solanas en el almuerzo de la diva, fue la antítesis de La hora de los hornos. Sonriente, complaciente con el poder, hablando de encuestas electorales ante la triste mirada del dirigente del PO, Marcelo Ramal.
El Censo Nacional nos permitirá saber cuántos somos, qué somos, cómo estamos, qué nos hace falta; pero esta situación desgraciada que venimos analizando, nos adelantó el relevamiento de los que siguen anclados en el viejo país, aquel donde los medios ponían la agenda y los políticos serviles, conservadores o con parada progre, la cumplían y ejecutaban a rajatabla.
Eso también se terminó en esta Argentina, que cuando puja, es porque está pariendo.
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