La placa quedará para siempre sobre un pequeño altar colocado en el ingreso del cementerio de Melincué, en homenaje a este pueblo rural de 2.400 habitantes, 340 km al noroeste de Buenos Aires, donde estuvieron enterrados los cuerpos desde el 29 de septiembre de 1976.
"Alivio, eso es lo que siento", dijo un emocionado Jean Domergue, el padre de Yves, de 80 años, venido desde Francia y como atornillado al piso frente a la placa, rodeado de desconocidos que lo abrazaban y saludaban afectuosos en un frío pero soleado mediodía del invierno austral.
Al lado de Jean estaban tres de sus nueve hijos, Eric, François y Brigitte, los dos últimos también llegados de Francia, y sus tres nietos argentinos, Ana (32), Daniel (26) y Pablo (16), además de dos primas de Cristina.
Al caer la tarde y con la presencia de María Elena Marull, la mamá de Cristina, de 88 años, los homenajes culminaron en Rosario, a 120 km de Melincué, cuando la familia arrojó las cenizas unidas de la pareja y plantaron en su nombre un árbol timbú, una especie autóctona, en el Bosque de la Memoria. En Rosario, 310 km al norte de Buenos Aires, donde Cristina, nacida en México, vivía con su mamá argentina, la pareja fue secuestrada en 1976, cuando Yves tenía 22 y su novia 20.
Desde entonces sus familiares los buscaron infructuosamente, pero ellos habían sido enterrados sin identificar en Melincué, uno al lado del otro, en dos tumbas cuidadas por manos anónimas que nunca dejaron de ponerle flores.
Un trabajo escolar impulsado en 2003 por la profesora de Etica Ciudadana, Juliana Cagrandi, permitió descubrir las historias de esos dos jóvenes que habían sido encontrados acribillados a balazos y con señales de tortura por Agustín Buitrón, dueño de un campo cercano antes de ser inhumados.
"Ojalá mi papá hubiera estado aquí", le dijo emocionada Beatriz Buitrón, de 69 años, hija del hombre, ya fallecido, que halló los cuerpos a la vera de una ruta rural, al encontrarse por primera vez con Jean Domergue.
"Hemos venido a decirles que valió la pena. Promoción 2003", se leía poco después en un pasacalle colocado en la puerta del colegio secundario del pueblo, cuyos alumnos generaron aquel informe clave. (AFP)
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