Aunque al fin y al cabo, hombres y mujeres somos lo mismo: seres de carne y hueso dotados de los mismos valores, la misma inteligencia y razón y similares sentimientos. Aunque hay un dicho que dice que “del polvo venimos y al polvo vamos”, pese a que tomemos caminos diferentes y los transitemos con distintas miradas y desiguales habilidades o actitudes. Lo cierto es que las diferencias de género hacen de los hombres personas diferentes a las mujeres.
Así, ambos rompecabezas se arman con fichas que encastran distinto, que hacen a las discrepancias biológicas, y se ornamentan con aderezos totalmente disímiles, que refieren a cuestiones sociales y culturales.
“Las diferencias de género son muchísimas y se pueden agrupar en dos grandes causas que están muy relacionadas: las causas biológicas y las causas sociales-culturales. Ninguna predomina sobre la otra, sino que van interactuando entre sí”, apunta a Info Región el biólogo Diego Golombek, profesor titular de la Universidad Nacional de Quilmes e investigador principal del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet).
Y con él coincide el doctor en Filosofía y Letras Carlos Berbeglia, quien asegura que estas marcadas desarmonías responden a una “cultura que influye sobre una base genética distinta”.
“Hay cierta predisposición genética y biológica que hace que los sexos sean realmente diferentes, ya que la constitución cerebral masculina es diferente a la constitución cerebral femenina aún antes que los caracteres sexuales primarios. Y a partir de esa constitución distinta, factores históricos, culturales y económicos inciden de diferentes maneras. Eso es lo que hace que haya cierto tipo de reacciones desiguales ante cierto tipo de fenómenos por parte de las mujeres y de los hombres”, detalla el docente de la materia Antropología Cultural de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora.
Según precisan los profesionales, el cerebro se diferencia sexualmente en la primera semana de la gestación. Sobre esa base incidirán luego los factores hormonales (más influyentes, por lo cambiantes, en la mujer) y los condicionamientos sociales y culturales que, a veces cayendo erróneamente en el machismo o el feminismo, tienen designados diferentes roles a mujeres y hombres.
“Las presiones sociales son distintas según los sexos. Ellas deben luchar con las demandas de belleza, eterna juventud, éxito profesional y a la vez respetar la serie ama de casa-madre-esposa y no pueden tirar la chancleta porque enseguida las tildan con una palabra de cuatro letras. Ellos necesitan ser proveedores, potentes, los héroes de su propia película, pero a veces no llegan ni al papel de reparto. Esto genera tensiones, el famoso malestar de la cultura, renuncias no deseadas, enojos, y frente a esto dos posiciones”, comenta a este medio el periodista y psicólogo social Luis Buero.
Así, las imposiciones socioculturales que recayeron sobre la mujer en el último tiempo (sumadas a las que culturalmente arrastra de antaño, como su papel en el hogar y en la crianza de los hijos) hicieron que las mismas adoptaran un rol multidisciplinario o multifacético en relación al hombre, aunque esto no quiera decir que los últimos respondan en menor medida a las exigencias cotidianas. Sólo que ¿se imaginan a un hombre dándole de comer a un niño, estudiando y preparándose (esto implica asearse, vestirse y organizar las actividades del día) para ir al trabajo? La imagen aparece pero admitan que cuesta, tanto como imaginar a una mujer cambiando un neumático, aun siendo capaz de hacerlo.
“Hombres y mujeres tenemos disciplinas diversificadas. Las mujeres pueden hacer cinco tareas simultáneamente pero los hombres no, les es imposible concentrarse en todo al mismo tiempo”, apunta la socióloga Cecilia Lipszyc.
Sin embargo, ellos tienen otras habilidades que resultan un tanto más complicadas para las mujeres y que van desde la “orientación geográfica” y el buen uso de los mapas hasta la virtud de no dar tantas vueltas para decir las cosas, como en algunas ocasiones es propio de la mujer (¿o acaso las mujeres lectoras siempre que hablan de un tema delicado o solicitan algo van directo a la cuestión?).
“Los hombres leen mejor los mapas porque poseen una mayor habilidad visual espacial y eso depende de las hormonas masculinas”, advierte el director del master de psiconeuroinmunoendocrinología de la Universidad Favaloro, Jaime Moguilevsky, en tanto que el psicoanalista y psiquiatra Harry Campos Cervera se refiere a las virtudes del hombre respecto de la comunicación.
“Él suele siempre ir directo al grano, no se va por las ramas. Si tiene un objetivo lo cumple y no es amante de la verborragia, por el contrario, ahorra pronunciar palabras ya que no las siente estrictamente necesarias”, apunta el especialista de la Asociación Psicoanalítica Argentina.
¿Acaso no sería aburrido un mundo de hombres hecho por hombres y para hombres? Sí, igual de empalagoso que un territorio dominado por mujeres que sólo hablen con mujeres de otras mujeres. En fin, por suerte, Dios nos hizo diferentes y la naturaleza se encargó de que siempre los polos opuestos se atraigan.
Entre los pormenores y las generalidades
En cuestión de detalles parece no haber medias tintas. Ella siempre tiene las antenas en alto para registrar los detalles de cualquier situación, para sumárselos a un chisme que acaba de oír, para incorporárselos a un anuncio muy o poco importante, para transformarlos en un gesto romántico de vez en cuando e incluso para dar cuenta de los climas amenos o situaciones hostiles en el ámbito laboral, etc. Él siempre tiene las antenas a la misma altura (quizás un poco más elevadas cuando escucha el partido de Boca), olvida dar detalles a la hora de contar un chisme o de hacer un anuncio importante, los transforma en un gesto romántico una vez que ella se lo ha pedido unas cuantas veces y suele no diferenciar, a excepción de que sea muy evidente, las situaciones hostiles en la oficina.
¿Suena feminista no? Pues bien, no lo es. No estamos diciendo que lo primero sea mejor que lo segundo. En definitiva, del detalle se puede prescindir y, por otro lado, no siempre termina siendo una virtud sino un defecto.
“El hombre es más racional, metódico, poco amigo de los detalles y por eso logra mayor precisión en el significado de las palabras, de ahí que a la hora de discutir mide más el alcance de las mismas”, advierte Campos Cervera, en evidente alusión a las peleas de pareja en las que las mujeres ganan a los hombres en cantidad de palabras, y de reproches.
Pero la eterna pelea está dada en el detalle puesto en función de lo romántico. Así lo explica el psicoanalista: “La mujer percibe todos los detalles, al tiempo que registra el clima emocional de cualquier situación. En consecuencia, el amor para la mujer no puede estar exento de pequeños detalles, de emotividad y de climas sensibles y armónicos, con los que se construye la escena romántica, motivo de la beligerancia habitual con el sexo opuesto”.
En esa misma línea, Lipszyc describe a la mujer, en referencia a esa conducta, como la que realiza la “gestión doméstica de los sentimientos”. “Las mujeres ponen las ‘cortinitas, el adorno’ para que el ambiente sea agradable y afectuoso y los hombres a veces no ponen nada”, apunta.
Sentido y sensibilidad
El título remite a la novela romántica escrita por la inglesa Jane Austen en 1811, en la cual el papel de la mujer en la sociedad se limitaba al de la mera compañía del hombre. Tal realidad nada tiene que ver con el rol que el sexo femenino ejerce en la sociedad actual, no obstante hay una lógica que se mantiene y es que la mujer continúa más atada a los sentimientos que los hombres.
Según los especialistas, este comportamiento encuentra explicación en dos procesos, uno interno a la mujer (hormonal) y otro externo (cultural). En el primero de los casos, las revoluciones hormonales muchas veces explican los cambios de ánimo y también el carácter extremo con el cual ellas expresan sus sentimientos, sean positivos (lo que no ocasiona demasiados inconvenientes a los hombres) o negativos (acá sí, puede traerles serios problemas en caso de no hacer al menos el intento de comprenderlas).
“Por lo general, el hombre es más estable que la mujer en cuanto a sentimientos porque esta última está muy condicionada a los cambios hormonales que sufre durante el ciclo sexual, esa es la gran diferencia”, remarca Moguilevsky y con él coincide Golombek, quien asegura: “La sensibilidad y emocionalidad tienen un componente hormonal fuertísimo, que son las variaciones en el estado de ánimo y el comportamiento emocional de las mujeres de acuerdo al estadio de su ciclo menstrual”.
Respecto al segundo punto, la educación, las costumbres y la vida social también inciden en la posición que adopta el sexo femenino para manejar sus sentimientos. “El amor es fundamental en la vida de las mujeres porque a ellas las educan en la ética del cuidado y a los varones en la ética de la competencia. La mujer vive por el amor y la vida privada, de alguna manera, se rige por el amor, mientras que al hombre le enseñan la ética de la competencia porque ellos tienen que trabajar en lo público”, reflexiona Lipszyc, que también es miembro fundadora de la Asociación de Especialistas Universitarias en Estudios de la Mujer.
De esto no se desprende que el hombre sea más desapegado e insensible en cuanto a los sentimientos o menos demostrativo, ya que eso depende básicamente de su personalidad, sino que puede “manejarlos” o “controlarlos” mejor, con motivo de no verse regido por fuertes cambios hormonales y en razón de que la cultura no les determina otorgarle un rol preponderante a aquello que les ocurre en su interior.
“En el hombre la afectividad, inherente al hemisferio derecho del cerebro, está en cierto sentido disociada. Lee mal sus propias emociones y mucho menos puede hacerlo bien con los demás. Sin embargo, sería pueril sostener que, por este motivo, el hombre sea un ser autista, como lo podría declarar una sesgada observación femenina”, advierte Campos Cervera.
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