La respuesta a lo primero es negativa si en lugar de las preocupaciones y entusiasmo de los actores involucrados –legisladores, funcionarios, ambiente político– hablamos de esos mismos términos respecto del ánimo popular.
La batalla con “el campo” fue seguida por “la gente” como si se tratase de una final entre Boca y Ríver. Con la ley de medios audiovisuales sucedió otro tanto. Si bien no pareció que el grueso de la sociedad se sintiese comprendido, sí se apreció que la guerra con Clarín trasunta una afectación de intereses muy significativa. Y en ambos casos hubo movilizaciones públicas, polémicas ardorosas, larga vigencia, vigilias que rodearon al Congreso. En cambio no hay forma de sentir que la pugna por cómo se reparten los cargos y las comisiones de Diputados importa mucho más que un pelo, por fuera de quienes la protagonizan. Lo cual respondería a dos razones. Una de tipo general, ya acostumbrada, que considera a “la política” como un escenario sólo emparentado con las transas y ambiciones personales non sanctas. Y otra, consecuencia de la anterior, es que a casi nadie le parece que le vaya la vida, o los grandes rumbos patrióticos, ni nada que se le parezca, si quedan tales o cuales en las comisiones de una cámara parlamentaria. Como el firmante ya lo expresara en una reciente columna, su pensamiento tiene buena sintonía con esa percepción. Sin embargo, cabe aclarar que eso no va en perjuicio de que el suceso del jueves es, o puede ser, institucionalmente importante.
Contra la mayoría de los pronósticos la oposición se puso de acuerdo. Logró determinación y quórum para vencer al kirchnerismo. Por primera vez, si no la única, aunque habrá que ver si dejaron de lado sus constantes e insoportables beligerancias de egos. Encima, como material simbólico, produjeron el arreglo ante el muy incómodo estreno de Kirchner en su banca. Apareció para perder, se lo hicieron notar, le enrostraron que la fortaleza enorme demostrada tras la caída electoral tenía o podría tener plazo fijo. Y como la realidad numérica es la que es, no hay lugar para esas segundas lecturas que intentaron disimular el golpe tras la presunción de consenso: el oficialismo mantiene la presidencia de la Cámara y la preponderancia en algunas comisiones de las denominadas estratégicas; pero la conformación final responde a los dos tercios que, aunque divididos, derrotaron a los K el 28 de junio. Y de la misma forma, tampoco pueden ignorarse los episodios ¿coyunturales? que enmarcaron este coup de force. A menos que alguien siga creyendo en un azar magnífico.
Empresarial
La Mesa de Enlace campestre se junta con la UIA. Duhalde asiste al cónclave como invitado de honor y habla, en el discurso de cartel francés más duro que se le escuchó, de un Gobierno que ya es “tiempo pasado”. La Asociación Empresaria Argentina (AEA), que agrupa a lo más granado del empresariado y cuya vicepresidencia ejerce Clarín, lo invita al ex presidente brasileño Fernando Henrique Cardoso a decir que en la región hay dos modelos de democracia y que debe defenderse el institucional, no el “intervencionista”. Pampuro, el senador semi K sale a decir que “Cobos está capacitado para ser presidente”. Hasta Carrió tiene un ataque de desprendimiento y resigna cargos parlamentarios, en aras del “consenso”. Y para el 10 de este mes hay prevista la juntada agropecuaria en el Rosedal, para festejar la armonía en el Congreso.
No le gusta mucho que digamos hablar de “restauración conservadora”, como si éste fuese un gobierno de izquierda y así sea comprobable que, si es por opciones políticas concretas, a su izquierda está la pared. Pero tampoco tiene muy claro si hay definiciones mejores para designar a estas casualidades permanentes, diría Menem, del “movimientismo” opositor. Y a su vez, los propios protagonistas de esa movida del establishment parecen desmentir su agorerismo. Paolo Rocca –accionista y presidente de Techint y miembro de AEA– acaba de anunciar en la fiesta de Siderar que el grupo relanza su plan de inversiones, calculadas en 1200 millones de dólares. A una de sus empresas le vaticinó volver a posicionarse como líder latinoamericano en aceros planos. Y por si quedara alguna duda, afirmó que “la clave estratégica es el compromiso de la empresa con el país”, con la meta de llegar, para Siderar, a los 4 millones de toneladas de producción.
Qué pensar
A priori, no se entiende muy bien cómo se compatibilizan esos anuncios y acciones optimistas, que no son los únicos del mundo empresario y financiero, con un discurso asimilable a esparcir que estamos en el peor de los mundos, en la reciprocidad conducción política-oportunidades de inversión. Todo lo contrario, los pronósticos del propio poder económico presagian un 2010 más en calma que tormentoso. Será, entonces, que esa contradicción con lo que dicen y articulan se explica por la insaciabilidad de lo que alguna vez se llamó “burguesía nacional”. No es del caso discutir si eso efectivamente existió. Sí lo es apuntar que en cualquier caso ya no existe. Y que si no hay un papel estatal predominante, como conductor de la voracidad del interés particular, volvemos a los ’90 y el mercado se chupa al Estado.
Uno piensa, o quiere pensar: debe ser por todo o por una buena parte de esto que, seguridad o intuición mediante, la sociedad no les confiere importancia mayor a debates parlamentarios y resultados políticos como los del jueves. Y no precisamente porque confíe en el Gobierno, sino porque, cabría presumir, también desconfía de para qué están poniéndose tan de acuerdo quienes se le oponen. ¿Qué clase de “nuevos” tiempos políticos auguran una cosa como ésa?
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