Las ideas de ambos remiten a su vez de manera indefectible a la experiencia norteamericana, porque si Marx tomó su modelo teórico sobre el sistema capitalista competitivo del estudio de la Gran Bretaña del siglo XIX; siguiendo el mismo método, un modelo teórico del capitalismo monopolista debe basarse en el estudio de los Estados Unidos, el país que refleja en mayor medida este nuevo tipo de desarrollo de la economía moderna.
Pero empecemos por Prebisch. Su más famoso trabajo en este sentido lo hizo a pedido de la Sociedad Rural Argentina y se denominó “El pool de los frigoríficos”. Necesidad de la intervención del Estado. Es lo que deseaba la SRA en 1927 para que el sector ganadero pudiera hacer frente al control de los precios que tenían en el mercado de la carne los frigoríficos extranjeros, sobre todo norteamericanos, con el pretexto de que de esa manera se contribuía a estabilizar los mercados. Por el contrario, afirmaba Prebisch, “al combinarse en un pool los frigoríficos quedan en una situación de monopolio”.
Pueden así imponer precios bajos a los productores restringiendo, al mismo tiempo, las exportaciones de chilled al mercado británico para conseguir cotizaciones más altas en desmedro de los consumidores. Este procedimiento sobre los precios, además de dar la posibilidad a esas empresas de obtener “el beneficio máximo, como en las consabidas prácticas del monopolio”, ocasiona pérdidas en la renta del suelo “que la economía nacional deriva de la producción de ganados”. Disolver el pool era entonces una tarea que correspondía al Estado nacional para beneficio de los productores nativos.
El joven Cooke El caso de Cooke es diferente. No era asesor de una institución corporativa sino el diputado nacional más joven del nuevo Parlamento que acompañó la llegada de Perón al gobierno en 1946. En ese marco presentó un proyecto (el primero en el país) de represión de monopolios, que dio lugar a la ley 12.906 del 26 de septiembre de aquel año, y representó el hecho más resonante de su actividad parlamentaria.
En su defensa del proyecto, Cooke hace gala de una gran erudición. En primer lugar, un conocimiento histórico del problema situando correctamente el momento en que las grandes corporaciones monopólicas u oligopólicas comienzan a predominar en el sistema capitalista en la segunda mitad del siglo XIX como resultado del impulso de la Segunda Revolución Industrial y de los efectos de la llamada primera Gran Depresión, que se extiende de 1873 a 1896. Es la etapa en que el capital monopolista sustituye al de libre competencia y se transforma, según algunos, en imperialismo.
Prácticas monopólicas En cuanto al análisis teórico, un afinado empleo de los pensadores principales sobre la cuestión, comenzando por los marxistas: el mismo Marx, Lenin, Hilferding, y siguiendo por expertos o personalidades norteamericanas y europeas vinculadas con el tema, le permiten a Cooke explayarse sobre la naturaleza y características de los monopolios.
Su discurso pone al desnudo todos los falsos argumentos que se emplean para defender al monopolio así como sus efectos negativos sobre la vida económica: los precios son más altos, los salarios más bajos, las ganancias excesivas, las prácticas desleales, el progreso tecnológico sólo un mito porque los monopolios no renuevan sus equipos sino cuando éstos terminan su vida útil. En fin, dan también lugar a la imposición o presión forzada sobre terceros por medio de la violencia, el boicot y el dumping, y pueden tomar la decisión de disminuir la producción para mantener la tasa de ganancia.
El rol del Estado
Por otra parte, Cooke reivindica el rol del Estado como un actor determinante en la vida económica y advierte que cuando alguien plantea que alguna forma de producción o explotación de servicios requiere el monopolio, entonces es el momento en que deben ser nacionalizados. Con una apropiada cita de Alejandro Bunge, señala el problema de la dependencia externa y extiende la cuestión de las prácticas monopólicas a las relaciones económicas internacionales del país, que ponen en riesgo incluso su propia soberanía.
Cooke introduce el ejemplo norteamericano citando una frase lapidaria del presidente Roosevelt: “si los negocios de la nación deben ser distribuidos por un plan y no por un juego de libre competencia, dicho poder no puede ser conferido a ningún grupo o cartel privado”.
El Roosevelt antitrust También recurre al new deal (nuevo modelo) tomando como referencia a Thurman Arnold, a cargo de la división antitrust del Departamento de Justicia de la administración Roosevelt entre 1938 y 1943. Arnold sostenía que si la mayor ganancia que obtienen los monopolistas no se traduce en rebajas de precios para el consumidor, el Estado debe reprimirlas, de lo contrario significa “un impuesto de venta secreto. Lo paga el consumidor y beneficia al capitalismo”. La división Antitrust se transformaba así en un defensor de justos precios para los consumidores, como lo reconoció en su época la revista Fortune.
Cooke, en 1951, en una destacada intervención parlamentaria sobre los medios como empresas monopólicas dijo: “Las empresas periodísticas como las encontramos hoy, están en un mundo de trusts, de cartels, de holdings, de toda forma de integración monopolista”.
La respuesta sobre lo que tienen en común Prebisch, Cooke, Roosevelt y los economistas heterodoxos norteamericanos parece obvia: sus críticas a las prácticas monopólicas. Sea que quienes las hacen estén defendiendo intereses de los ganaderos, de los consumidores o de la sociedad en su conjunto.
* Mario Rapoport Economista e historiador. Investigador superior del Conicet
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