Pasados unos meses, en septiembre, habiendo encendido uno o más fósforos en la cocina, mi padre, Alfredo, fue víctima de una explosión de gas que lo convirtió en una antorcha humana. Murió en menos de 48 horas, en el Instituto del Quemado de Buenos Aires, de una manera cruel, no sólo por las quemaduras sino también intoxicado por el humo del incendio.
Los peritos dictaminaron que, al ser instalado el gas natural (por cañería externa), no había sido cortada la antigua conexión (interna) de gas envasado. O sea, el caño estaba sin cortar; los tubos-que permanecían en la casilla, en el patio- no estaban desconectados; y en la cocina, detrás del artefacto de cocinar, había un agujero. Era la antigua conexión a la cocina. Por ese agujero salió, como un chorro, el gas que provocó la tragedia. En suma, en la casa habían dejado una bomba de tiempo. El accidente se produjo ese día como se hubiera podido producir hacía meses. Todo dependía de que a alguien se le ocurriera abrir las roscas de los tubos de gas envasado, de que alguna rosca se aflojara, etc. Demás está decir que ni mis padres ni yo habíamos hecho razonamiento alguno sobre este punto, pues ninguno entendíamos de la materia.
Nunca conversamos, por ejemplo, preguntándonos qué habría pasado con la antigua conexión de gas envasado. Por mi parte, después de pensarlo y pensarlo, me di cuenta de que, aunque al ir a la casa de mis padres veía todos los días esos tubos de gas dentro de la casilla, daría por supuesto que eso del gas envasado "no existía más", que estaría "fuera de servicio". Mi padre y mi madre, no lo sé. Lo claro es que a ninguno se nos ocurrió pensar que, si la obra había sido hecha por especialistas y aprobada por el inspector, podría haber algún peligro.
Ese día, a las tres, mi padre había ido a la cocina a encender el calefón. Mi madre, postrada en una cama en otra habitación, le pidió que lo hiciera, pues iba a llegar la enfermera del turno tarde y la bañaría. Desde su cama, lo oyó quejarse de que el calefón no encendía, decir que buscaba una pinza, e inmediatamente oyó la explosión. Envuelto en llamas, él logró correr hacia la calle y abrir la puerta. A mi madre logró salvarla un vecino, sacándola en brazos.
Alfredo jamás supo hacer trabajos manuales; tenía en casa un martillo, una pinza y un destornillador pero le servían de poco; su habilidad para las cosas domésticas era lamentable. En la familia, imaginamos que, al no encender el calefón, en su ignorancia del tema debe de haber establecido alguna relación con los tubos que estaban en el patio, y que él había abierto durante más de treinta años. O sea, que usó la pinza para abrir las roscas de los tubos, a ver si así le iba gas al calefón, pues fue todo cuestión de segundos desde que habló de la pinza hasta que se produjo la explosión.
Demandé ante la justicia para que estableciera a quién y en qué grado correspondía la responsabilidad por la muerte de Alfredo. El juicio penal ya lo perdí (estoy esperando el resultado de la demanda civil). Previsiblemente, las tres personas mintieron: la arquitecta y el gasista dijeron que habían desconectado y retirado los tubos, y taponado el agujero atrás de la cocina; el inspector, primero dijo que a él no le correspondía verificar el corte de la instalación vieja, sólo el nuevo trabajo. Después cambió la declaración: aseguró que inspeccionó todo, y que "vio el tapón" puesto en la cocina. Previsiblemente también, la jueza interviniente les creyó, a partir del principio "in dubio pro reo".
Lo que les fue imposible negar es que el caño no había sido cortado ni anulada la llave de paso. No obstante, se le encontró la vuelta para absolverlos. Según el fallo: 1º) Se puede suponer que "alguien"- se entiende que mi padre- por su cuenta, primero conectó de nuevo los tubos. 2º) Se da por segura otra suposición: mi padre, después de conectar y abrir los tubos, para lo que usó la pinza fue para "sacarle el tapón" (el tapón que nunca pusieron) al agujero que había detrás de la cocina.
De todas estas manipulaciones -para las que la jueza no aventura móvil alguno- , ninguna de las tres personas es responsable. La culpa es de la víctima, que tenía que saber el peligro que entraña andar haciendo cosas raras con el gas. En una palabra, imagínense ustedes la situación: de estar puesto el famoso "tapón", una persona, para sacarlo, tendría que retirar la cocina de la pared; o sea, desco- nectarla del gas natural. Luego de sacar el tapón, volverla a conectar al gas natural (como la encontraron los peritos).
Y no hay que olvidar que ya, antes, habría cargado y metido en la casilla los tubos- que "ellos habían retirado"- y los habría conectado al caño. Por lo tanto, además de demostrar sus fuerzas físicas, sus saberes de gasista y sus excepcionales dotes para el manejo de las herramientas, en unos segundos mi padre habría hecho todo este trabajo con el único fin de que saliera un chorro de gas del agujero de la pared y después prender un fósforo. Todo por negligencia, según el fallo. Claro que, ante semejante contradicción, Sherlock Holmes podría lucubrar otras respuestas: para suicidarse, suicidarse y matar a la mujer, hacer explotar la casa, el barrio entero quizá, gozar del ruido, del espectáculo, etc. Quienes hayan conocido a Alfredo y las anécdotas de sus distracciones- yo soy su hechura- saben que era el despiste en persona. Pero que ni estudiando una vida con la mayor contracción y buena voluntad podría llegar a convertirse en un loco furioso.
No recuerdo bien cuáles de ustedes sabían la historia completa, cuáles a medias, y cuáles no la conocían. Por eso les escribo a todos. Quiero contarles qué podemos esperar los ciudadanos de nuestros jueces. Hoy recibí de un amigo el texto que sigue, titulado Salió el fallo de Caperucita y el Lobo. El humor, el bendito humor, que nos salva la vida, me hizo reír a pesar de todo. Si ustedes pudieran leer el fallo que obtuvo mi demanda de justicia, podría establecer una coincidencia total con el chiste. Entonces, me pareció una buena forma de acompañar el relato:
FALLO JUDICIAL GARANTISTA-CAPERUCITA Y EL LOBO La Justicia Argentina
Salió el fallo de Caperucita y el Lobo Visto y considerando: 1) Que Caperucita no desconocía que podía encontrarse con el Lobo. 2) Que tampoco era ajena al hambre del Lobo, ni a los peligros del bosque.
3) Que si le hubiera ofrecido la cesta de la merienda para que el Lobo calme su hambre, no habrían ocurrido los sucesos referidos más arriba. 4) Que el Lobo no ataca a Caperucita de inmediato, y que hay evidencias que primero conversa con ella.
5) Que es Caperucita quien le da pistas al Lobo y le señala el camino de la casa de la abuelita. 6) Que la anciana es inim- putable ya que confunde a su nieta con el Lobo. 7) Que cuando Caperucita llega y el Lobo está en la cama con la ropa de la abuela, Caperucita no se alarma.
8) Que el hecho de que Caperucita confunda al Lobo con la abuelita demuestra lo poco que iba a visitarla, hecho que tipifi- caría un abandono de persona por parte de la joven Caperucita. 9) Que el Lobo, con preguntas simples y directas, quiere desesperadamente alertar a Caperucita sobre su posible conducta.
10) Que cuando el Lobo, que ya no sabe qué más hacer para alertarla, se come a Caperucita, es porque ya no le quedaba otra solución. 11) Que es altamente posible que antes Caperucita hiciera el amor con el Lobo y lo disfrutara. 12) Que la versión de que Caperucita, cuando oye la pregunta del Lobo: "¿A dónde vas?" responde: "A bañarme desnuda en el río..", cobra cada día más fuerza.
13) Que se desprende del punto anterior que es Ca- perucita la que provoca los más bajos instintos, brutales y depredadores, en la pobre fiera. 14) Que el Lobo ataca, pero tal hecho corresponde a su propia naturaleza y a su instinto natural y animal, exacerbados por la conducta de la susodicha Caperucita 15) Que párrafo aparte para la madre de Caperucita, quien exhibe culpabilidad por no acompañar a su hija. Por todo lo antes dicho, se revoca el fallo de Cámara, absolviéndose al Señor Lobo y se dispone además:
a) Apercibir a la familia de Caperucita, imponiendo a la abuela presentarse en hospital a designar, para su observación gerontológica, b) A la madre apercibirla para que cumpla correctamente con sus deberes de madre c) A Caperucita trabajo comunitario en el Zoológico Local para conocer la naturaleza y el instinto animal. Aclarase asimismo en el presente fallo que este proceso no afecta el buen nombre y honor del Señor Lobo. Publíquese, archíve- se y téngase por firme el presente fallo.
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