Pero consideramos adecuado, dada la virulencia del reclamo y la centralidad del mismo en nuestra ciudad, que no era recomendable agregar más leña al fuego y dejar que el conflicto se canalizara por los cauces ya establecidos y con los actores sociales que ya estaban involucrados.
Hasta la semana pasada, sin perder de vista los hechos de dominio público respecto a los aprietes a la prensa, el conflicto parecía estar delimitado, y las modalidades elegidas para la protesta, que repudiamos por las consecuencias negativas directas para los sectores más desprotegidos de la sociedad, tenían cierto barniz de racionalidad. Decimos racionalidad, en el contexto de que el reclamo estaba siendo llevado a cabo por sectores históricamente acostumbrados ejercer gran influencia en el plano político y económico de nuestra ciudad y del país.
Sin embargo, mirábamos con preocupación la evolución de los acontecimientos pues considerábamos que dado el nivel de escala que ya traía el conflicto y la pérdida de control que los sectores más moderados de la protesta estaba teniendo sobre los destinos de la misma, era muy probable que el conflicto saltara de fase y se radicalizaran ciertas acciones frente a la impotencia de lograr una salida favorable a los intereses del núcleo central del reclamo actual: la cadena de valor sojera de la región pampeana, es decir, exportadores, acopiadores, pooles de siembra, proveedores de insumos y servicios, arrendatarios y productores.
Nos preocupaba en ese momento, que el conflicto pasara en general del plano simbólico, discursivo, político y/o de las relaciones sociales a un plano de mayor violencia física y coerción. Lamentablemente, el escenario temido se esta configurando. Los hechos ocurridos en las rutas de la región, las críticas a los comerciantes y profesionales que no acompañaron el lock out y principalmente la desafectación de un empleado público como resultado de opiniones vertidas sobre el devenir del conflicto, demuestran que el enojo y la frustración se esta transformando en intolerancia. 1 Cada uno de nosotros, en estos casi 25 años de democracia, hemos sufrido pérdidas sectoriales importantes. Cada uno de nosotros hemos tenido de reclamar por nuestros derechos y aún así, muchos millones de argentinos fueron literalmente expulsados de la sociedad mientras otros tantos aplaudían a los responsables del genocidio social en el cual se sumido a amplios sectores de argentinos. Cada uno de nosotros hemos dado muchas luchas, hemos perdido muchas de ellas, pero también hemos aprendido a organizarnos, a participar en democracia y hoy sentimos que todo ese aprendizaje lentamente trae sus frutos.
A los sectores que reclaman por sus derechos que sienten vulnerados, los instamos a respetar las instituciones, a respetar los procedimientos democráticos, a defender su punto de vista dentro del orden democrático. Creemos que este conflicto, traería muchas cosas positivas al fortalecimiento de la democracia y el espacio público. Esos frutos se verían con paciencia, lentamente, como se desarrollan los cambios en democracia. Aprender a vivir en democracia es un cambio cultural, los cambios culturales son lentos.
La ciudad esta cambiando, esta creciendo, en tamaño y en complejidad, y eso se nota. Y a muchos no les gusta. Pero los cambios son inevitables. Reconocerlos, admitirlos, es una condición necesaria para poder administrarlos y aprovecharlos positivamente. La complejidad no es algo que se resuelva en un despacho, en un aula, en un taller o en un piquete. Se resuelve coordinando las acciones de todos ellos a través del diálogo y del debate de ideas. La democracia se aprende dialogando, reconociendo al otro, acertando, errando, pero principalmente creando. Creando un futuro común que integre la mayor cantidad de los presentes deseables para cada uno de los integrantes de una comunidad.
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