AMES, Iowa.- Laura Mayor camina por el maizal y comienza una detallada explicación de la investigación genética que tiene en marcha. Sólo se le entiende una pizca de lo que dice. Su hermano, Patricio, se da cuenta y se lo dice del modo en que sólo dos hermanos pueden hablarse. Tras el ida y vuelta entre ellos, Laura me mira y vuelve a intentarlo: "El objetivo es encontrar y caracterizar los genes, o secuencias de ADN, responsables del aumento en el número de espigas por planta, como también de cambios en la arquitectura de panoja. ¿Entendiste?". Y sonríe, intuyendo que no, no demasiado.
Estamos en un campo, rodeados de más campos, en el medio de Estados Unidos. A dos horas de aquí se filmó El campo de los sueños, aquella película de 1989 en la que Kevin Costner construye una cancha de béisbol en medio de su maizal. "Si la construyes, ellos vendrán", le decía una voz, y él le hizo caso. Pues esto es igual: es un océano verde y húmedo hecho de maizales y soja. Es el Corn Belt, el cinturón agrícola que abarca Iowa, Illinois, Indiana y Ohio, parte de Missouri, Minnesota, Wisconsin y Nebraska, entre otros estados. Son las grandes planicies, las pampas norteamericanas, y en el centro de todo esto se encuentra la Universidad Estatal de Iowa (ISU, por sus siglas en inglés), donde Laura cursa su doctorado.
Considerada una de las mejores universidades -si no la mejor- de Estados Unidos para las especialidades agrícolas, aquí estudian, investigan o enseñan más de 20 argentinos, junto a otros 30.000 estudiantes y profesores. Pueden parecer pocos, pero es como si la matrícula de alguna universidad del interior de la Argentina -elija la que desee-, incluyera 200 norteamericanos y otros 40 trabajaran en la zona, tras graduarse allí.
Hay de todo. Sergio Lence y Susana Goggi llevan muchos años en la ISU, mientras que otros llegaron hace apenas unos meses, como Nicolás Bergman. Algunos dan clases e investigan, como Lence, Goggi, Marcelo Oviedo y Gustavo MacIntosh, pero otros únicamente investigan en laboratorios, como Lucas Borrás y José Gerde, o realizan trabajos de campo, como Laura Mayor y José Rotundo.
Hay quienes estudian la fertilidad de los suelos -Sebastián Barcos- o la economía agraria -como Lence y Leandro Andrian-, el mejoramiento del maíz -como Víctor Abertondo- o "la expresión genética y los cambios metabólicos durante la defensa de las plantas en respuesta a las pestes" -como MacIntosh-. Y están quienes completaron sus estudios y trabajan ahora en Estados Unidos, como Nicolás Deak (en Missouri), Marcelo Carena (enseña en la Universidad Estatal de Dakota del Norte), Luis Verde (en Pioneer Hi-Bred International) y Agustín Fonseca y Emilio Oyarzábal, ambos en la multinacional Monsanto.
"Cada año llegan entre 10 y 20 argentinos", cuenta Lence (46), oriundo de Carlos Casares y hoy el profesor argentino con más años en Iowa, tras el pionero profesor de veterinaria Ricardo Rosenbusch (65), ahora semirretirado, que hizo su primera escala aquí en los años sesenta, para radicarse una década después.
Lence llegó en agosto de 1986. Hizo su maestría en economía agraria, volvió para trabajar en la Junta de Granos y en la Universidad de Buenos Aires (UBA), pasó por la hiperinflación y el traumático traspaso del poder entre Raúl Alfonsín y Carlos Menem, y volvió en agosto de 1989.
Ya casado con Marta Vessoni, también de Carlos Casares, farmacéutica y por comenzar ahora un máster en la ISU, Lence inició su doctorado y su carrera dando clases de economía del sector agrícola. Después de casi 15 años, acumula premios y reconocimientos, y es tomado por sus compatriotas como uno de los referentes e impulsores del espíritu gregario entre la comunidad argentina.
"Cuando hablás de agricultura en los Estados Unidos, las universidades para estudiar son las de Iowa, Urbana en Illinois, Cornell y alguna más, según la especialidad, como Kansas para trigo o Davis de California para lo frutícola", detalla. Eso explica por qué Ames, con sus 50.000 habitantes, en medio del campo y con inviernos de fama y rigor polares, es un polo de atracción, como puede ser la Universidad de Chicago para los economistas o Harvard, Yale y Columbia para tantos otros.
Iowa ofrece otra ventaja con respecto a las universidades más conocidas de Estados Unidos: su matrícula es más barata -una maestría o doctorado cuesta entre 12.000 y 18.000 dólares al año, según la especialidad-, lo que se combina con que el costo de vida es muy inferior al de Nueva York, Boston o Washington: un argentino que es nombrado ayudante tiene los cursos pagos, seguro médico y recibe entre 1200 y 1300 dólares por mes para vivir. Alcanza, cuidándose.
A su vez, la diferencia crucial entre la ISU y las universidades argentinas se da en la investigación y en la disponibilidad de recursos, más que en el nivel académico en sí, subrayan todos los argentinos consultados. "Acá es menos libros y más investigación", resume José Gerde (de 29 años y oriundo de Acevedo, un pueblito cercano a Pergamino), que completó su maestría en la ISU e inicia su doctorado. "El tema allá es conseguir los fondos para investigar y financiar la adquisición de nueva tecnología. Montar un laboratorio cuesta millones de dólares y lograr algún resultado puede tomar años", dice.
Quien le encontró la vuelta parece ser Patricio Mayor (34), el hermano de Laura. En la Argentina trabaja para la firma norteamericana Syngenta, que apoyó y financió su doctorado en la Universidad de Minnesota, otra de las grandes en temas agrícolas.
Su acuerdo con Syngenta consiste en realizar su doctorado a cambio de continuar luego en la empresa y colaborar en estudios de campo cerca de Ames y de su hermana, en predios de la firma. "Trabajo en mejoramiento del maíz, en desarrollar un método de breeding que reduzca los costos y aumente el rendimiento por hectárea usando dos tecnologías muy nuevas: marcadores moleculares y doble haploides", dice.
Dicho en términos más simples, su premisa es encontrar formas de seguir mejorando entre un 1 y un 2 por ciento anual el rendimiento de los híbridos del maíz mediante la experimentación genética, pero tratando de reducir los costos crecientes, pero necesarios para obtener esa superación anual.
El dilema de volver
Defender su tesis le tomará otros dos años, calcula, y después volverá a la Argentina. Pero su hermana Laura (32) la tiene más difícil, al igual que la mayoría de los argentinos radicados ahora en Ames. Dependerá de las opciones laborales que surjan en el INTA, el Conicet o el INTI, entre otros centros públicos, o en el sector privado, donde todavía hay mucho por explorar en el eje empresa-universidad.
"Volver al país, sin duda", es la respuesta de José Rotundo (31), que fue becario del Conicet, cuando se le pregunta qué hará cuando termine su doctorado, calcula que en dos años. "Extraño la familia, los amigos, aunque la calidad de vida acá sea impagable", afirma. Sus zapatillas están embarradas: viene de revisar su experimentación con la soja y las propiedades del suelo.
Lucas Borrás (33) está en plena definición de ese debate interno entre retornar a la Argentina y quedarse en Estados Unidos. Doctor por la UBA, desde 2003 trabajó para la empresa Pioneer Hi-Bred en California y en 2005 llegó a la ISU, donde es investigador, centrado en el aumento de la tolerancia de cultivos como maíz, sorgo, soja o trigo al estrés ambiental causado, por ejemplo, por el nitrógeno o el agua.
Rodeado de un afiche de El Eternauta, un paquete de yerba mate Taragüí y un escudo de la Asociación del Fútbol Argentino (AFA) debajo de su nombre en la puerta de su oficina en el Agronomy Hall, Lucas repasa el menú: "Acá está el beneficio del sueldo y hay más recursos; allá hay más independencia científica y sectores muy buenos de investigación, pero otros muy achatados".
Eso pueden corroborarlo Gustavo MacIntosh (38), doctorado en la UBA y ahora profesor e investigador en la ISU, y su esposa, Felicitas Avendaño, bióloga y doctora en entomología, que trabaja en uno de los laboratorios de la universidad. Ambos comparten parte de su tiempo laboral en una investigación sobre el áfido, "un pequeño insecto que puede reducir el rendimiento de la soja hasta en un 30%, con miles de millones de dólares en pérdidas", explica él.
El foco de su investigación es doble, con un potencial comercial indudable: "Estamos interesados en saber cómo hacen las plantas para responder a las pestes y, a su vez, cómo las pestes aprovechan esta respuesta para colonizar la planta".
MacIntosh y Avendaño parecen decididos a quedarse en Iowa. "A estas alturas de mi carrera, no sería posible hacer allá lo que hago acá, aunque sí tengo la idea de colaborar con la Argentina. Estamos charlando sobre eso con la UBA", desliza.
Nicolás Deak también se quedó en Estados Unidos, pero trabaja para una empresa en Missouri. Antes de marcharse de la ISU dejó su marca. Es, literalmente, un poster boy, gracias a un hallazgo que protagonizó y derivó en una patente que puede usarse en productos para la salud.
"Lawrence Johnson y Nicolás Deak desarrollaron un nuevo proceso que fracciona la proteína de soja en sus dos componentes mayores", destaca el póster que, con tres fotos de él, del hallazgo, de unas máquinas y de una plantación de soja, está colgado en el edificio del Departamento de Ciencia de los Alimentos y Nutrición Humana.
Afuera, todo está a media máquina bajo el sol del verano. La mayoría de los estudiantes están de vacaciones y algunos de los que siguen aprovechan para practicar deportes. A pesar del calor, andan por ahí jugando al fútbol americano, al frisbee o al dodgeball, el juego de dos equipos que en un espacio reducido se lanzan pelotas para eliminarse mutuamente.
Aunque a veces se escuchan sus gritos y festejos, en el "barrio latino" del Agronomy Hall se trabaja. Allí tienen plantaciones por estudiar y evaluar cada día.
Ese es el caso de Laura Mayor, que se siente más atraída por la investigación pura, pero sigue en el campo la evolución de "su" maizal cada día. Son cientos de plantas a las que mide y registra, colocándoles cintas de diversos colores y anotaciones a lo largo de su tallo. Todo sea para "determinar regiones dentro del genoma del maíz que estén relacionadas con la prolificidad, con el incremento del número de espigas por planta, y caracteres morfológicos de panoja". Parece que algo, al menos, entendí. (La Nación)
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