La mirada del sentido común entrega una postal deprimente: candidatos que aceptan casi cualquier opción con tal de conservar una cuota de poder, contra el fondo de una ciudadanía que mira sin prestar gran atención, desalentada por la complejidad de la red que tejen los políticos y que desde el llano casi nadie comprende. Los analistas políticos, en cambio, descifran a partir de ese panorama los signos de una reconfiguración del sistema de partidos políticos, una red institucional que todavía no terminó de asimilar la hecatombe de 2001.
“Estamos en pleno auge del cuentapropismo político, el punto máximo de atomización de la oferta electoral desde la vuelta de la democracia”, explica la consultora Analía Del Franco, con una vasta experiencia en los meandros de la política provincial. La propia analista clarifica el concepto: “Es un fenómeno que tiende a volver obsoletas las viejas marcas partidarias: la gente sólo mira el nombre de los candidatos, mientras que sellos como el Frente para la Victoria, y ni hablar el PJ o la UCR, ya no traccionan votos como lo hacían hasta hace unos años”.
Las elecciones de octubre marcarán, entonces, un paso más en la disolución del bipartidismo que caracterizó la política argentina del siglo XX. “La absoluta desestructuración del sistema de partidos políticos es una condición básica que hay que tener en cuenta si se quiere comprender este proceso electoral”, explica el sociólogo Antonio Camou, de la Universidad Nacional de La Plata. Del Franco agrega otro dato: “ya no es posible volver al viejo esquema de PJ y UCR, lo que se abre ahora es un gran interrogante respecto de lo que vendrá”.
Ladrillos
Más allá de las disputa directa por el poder post octubre, esta elección es “una demostración clara de por qué son importantes los partidos políticos”, dice Camou. La titular de la cátedra de sociología de la Universidad Católica Argentina, Lucrecia Arzeguet, cree que “ya no pueden establecerse representaciones sectoriales claras, por eso, por caso el campo, tiende a poner candidatos propios en todas las listas: sólo así se aseguran que algunos proyectos que le interesan tengan alguna chance de prosperar”. Pero en esas condiciones, “la gobernabilidad se ve afectada sí o sí”, dice la experta.
El análisis de las mutaciones de los partidos aporta otra pista para echar luz sobre el armado de la oferta electoral bonaerense de cara a las elecciones de octubre, que pueden verse como una gigantesca interna resuelta en comicios abiertos. Las colectoras del oficialismo son una muestra contundente, aunque ese espacio haya resuelto sus principales pujas intestinas en 2003 y 2005, cuando Kirchner sacó del escenario a Menem y Duhalde. En esa línea, los candidatos paralelos del armado K a nivel municipal son el rescoldo del gran fuego de hace unos años.
La dispersión de la oposición patentiza esa lógica mucho más dramáticamente. ¿Por qué, en la provincia de Buenos Aires hay tantas candidaturas, sobre todo teniendo en cuenta que el oficialismo, según las encuestas (ver aparte) será el ganador indiscutido? Una explicación que muchos susurran se relaciona con el dinero que aporta el Estado para una campaña, más los aportes que suelen llegar a los candidatos. Pero además de pecar de paranoia, ese argumento no cierra a nivel números: en todas las campañas, el “rojo” final es lo más usual.
“En realidad, los opositores saben que no ganan y hoy trabajan para consolidar un caudal de votos propios con el cual negociar con el resto de ese espacio un nuevo núcleo político”, explica Camou. Esa estrategia da buena cuenta de la dispersión de ese espacio a nivel nacional y también de postulantes a la gobernación: “si alguno tuviera un nivel de votos capaz de amenazar la supremacía oficial, ya hubiese habido fusiones y alianzas; pero todos están en realidad poniendo los ladrillos del armado futuro”, precisó el sociólogo.
Adelantar cómo será ese nuevo escenario es aventurado. Del Franco cree que la transición será “lenta” y que el esquema final será “tripartito”, acorde a un tiempo en el cual “la diversidad pasó a ser un valor en sí mismo”. Camou ve como deseable dos grandes bloques, uno de centroizquierda y otro de centroderecha, pero advierte que todo dependerá del resultado de los comicios: “si ningún opositor saca la una diferencia clave de votos, todo este proceso se retrasará aún más”. La decisión final, claro, la tendrán los electores, esos que no parecen ni remotamente interesados en estas cuestiones.
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