Según un informe el incremento de los controles sobre el paco provocó en los últimos meses que muchos consumidores de esa sustancia se pasaran a otras igualmente baratas y perjudiciales, como los inhalantes y las bebidas hechas a base de alcohol fino en la Provincia de Buenos Aires. Esa es una de las hipótesis que se maneja para explicar una sensación que crece entre algunos operadores terapéuticos y trabajadores sociales, que notan una mayor presencia de este tipo de consumos en los últimos meses.
El fenómeno toca, sobre todo, a barrios afectados por la pobreza estructural y divide opiniones entre quienes piden una legislación para controlar la venta de sustancias peligrosas a menores en riesgo y quienes reclaman soluciones de fondo, como más oportunidades de inclusión para los sectores vulnerables.
Una de los nuevos enemigos es «la cachuña»con ese nombre se conoce por estos días a una mezcla basada en una alta proporción de alcohol fino cuyo uso está muy difundido entre los más jóvenes que viven, por temporadas o permanentemente, en la calle. Muchos jóvenes se encuentran comprometidos tanto por el paco como por la cachuña. El primero les produce serios daños físicos en muy poco tiempo. El segundo les genera graves trastornos. Desde úlceras en la boca a cirrosis tempranas y otros problemas hepáticos.
Paco, cachuña, naftas y pegamentos utilizados como inhalantes representan un motivo de preocupación creciente. Son algunas de las más comunes «drogas baratas» y de fácil acceso cuyo consumo es tan o más peligroso que las tradicionales, dicen los que saben. Y que tienen otra característica común: su efecto es tan rápido como veloces son las consecuencias de su uso, muchas veces mortales.
Desde las organizaciones sociales que trabajan con chicos adictos y desde la Secretaría de Prevención de las Adicciones aseguran que estos consumos no son nuevos. Pero registran que los controles y la campañas activadas en los últimos meses para controlar la expansión del paco en los barrios más comprometidos de la Provincia llevaron a que muchos chicos, adolescentes y jóvenes consumidores de esa sustancia, se volcaran a inhalantes cuyos efectos son igualmente veloces y sus consecuencias también graves: abarcan desde severos daños neuro- lógicos y físicos hasta el riesgo de muerte súbita.
Un sondeo realizado por Centros Preventivos de las Adicciones que entre jóvenes escolarizados reveló que, mientras en 2005 el 2,2% de los consultados reconocía haber usado inhalantes, ese porcentaje saltó en el 2006 al 5,1%. Al mismo tiempo, las respuestas positivas a la pregunta «¿cuántos de tus amigos usan inhalantes?» crecieron del 9,4% al 10,1% en el mismo lapso.
Alto poder destructivo
Los mencionados representan porcentajes bajos si se los compara con la incidencia comparativamente alta del consumo de otras drogas, como la cocaína o la marihuana. Lo preocupante es que, frente a las drogas tradicionales, el efecto de las «baratas» es al mismo tiempo más rápido y notablemente más destructivo. La inhalación de pegamento (en la jerga «esnifar» o «bolsear») afecta al cerebro, generando alteraciones senso perceptivas y psicológicas; a la corteza cerebral, provocando muerte de neuronas y por consiguiente problemas de aprendizaje y al cerebelo, generando una alteración motora muy difícil de controlar.
A los seis meses los daños se detectan en los nervios craneales y en el nervio óptico, pudiendo llegar a provocar una disminución de la capacidad visual o incluso la ceguera, dice el informe. Los daños van mas allá y alcanzan a los pulmones afectando los alvéolos y provocando asfixia. El consumo de pegamentos también puede provocar muerte súbita a partir de una arritmia cardíaca. Uno de los elementos que más preocupa a los especialistas es que los chicos consumidores de estas sustancias no tienen un registro ni siquiera aproximado del riesgo que implica su consumo. Los controles
En este marco y mientras la sensación de operadores terapéuticos y trabajadores sociales percibe un incremento, o al menos una tendencia a mantenerse, en el consumo de estas drogas baratas, en las últimas semanas se registraron distintas iniciativas para intentar controlar la venta de algunas de estas sustancias de venta libre a menores.
La primera piedra la tiró a fines de junio el municipio de Morón, con una ordenanza que prohibió a las estaciones de servicio vender nafta fraccionada a los menores de 16 años. La organizaciones que luchan con la droga piden «un mayor control sobre el mercado blanco y evitar que los comerciantes vendan sustancias como nafta fraccionada, pegamentos y alcohol fino a menores» y apunta que hay dos proyectos, uno en el Congreso de la Nación y otro en la Legislatura Bonaerense, que persiguen este fin.
Desde las organizaciones sociales se saludan estas iniciativas, pero se consideran insuficientes y hasta se pone en duda su posibilidad de aplicación «en aquellos asentamientos más afectados por el problema». Pero en todo caso, aseguran que la adicción tiene sus raíces en la exclusión social y en la falta de proyecto que afecta a los chicos y jóvenes de los sectores más vulnerables. Y aseguran que cualquier otra medida no va a resolver ése, que es el problema de fondo.
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