Leí en algún medio gráfico que el crimen de Fuentealba viene a decir una vez más que la escuela, para algunos espíritus obstinados, sigue siendo una trinchera de resistencia contra el peor de los poderes: el que no sólo empobrece, sino que para empobrecer ennegrece las mentes. Fuentealba, como los buenos maestros, era un rescatador de mentes. Y fue cuando comencé a pensar en la influencia del conocimiento y la palabra.
La palabra tiene el poder de convencer, desmotivar, apagar pero también el de encender; en sí misma vale. Pero es el juego de palabras en el que se incluya, el contexto y formato en el que se presenta el que define que tipo de combustible forman estas ideas y si esta llama de verdad ilumina. En la Argentina se vivieron épocas de gran oscuridad. Los regímenes totalitarios se caracterizaban por un monopolio de los medios de comunicación, la imposición de una ideología monolítica.
Hubo complicidad de los medios de comunicación para escribir uno de los capítulos mas negros de la historia de nuestro país. Si hoy el lema es “Las tizas no se manchan de sangre”, en ese momento muchos deberían haber pensado que “La tinta no se mancha de sangre”. Esto en clara alusión a como desde el “cuarto poder” se tejieron alianzas con los corruptos que quebraron económicamente al país.
“El que calla otorga” y muchos medios escribieron largas páginas fortaleciendo la imagen de los genocidas que mutilaban la idea de un país en el que la desigualdad no fuera la base de la economía El colonialismo informativo es esencial para dominar, porque como bien decía John William Cooke: la politiza- ción de la clase dominante implica la despolitización de las clases dominadas. No pensar, no actuar, no vivir.
Han transcurrido treinta años y el escenario político ha cambiado. Vivimos en democracia pero el poder de los medios aún deslumbra a quienes desde las sombras tienen el poder económico y viejos vicios de poder ejercidos bajo el terrorismo de estado
Radios, televisoras o periódicos tienden a concentrarse en pocas manos, generándose un poder económico de tal magnitud que terminan sirviéndose o aliándose al poder político, en vez de fiscalizarlo. Esto provoca que haya distorsión en la información o que se le niegue la posibilidad de estar informado al ciudadano, distrayéndolo con espejitos de colores o noticias de poco impacto social En sociedades polarizadas como la nuestra, la prensa debe jugar un papel de equilibrio frente a los desmanes del poder, evidenciándolo y analizándolo, constituyéndose en un virtual “contra poder”.
El control mediático es el mejor caldo de cultivo para la manipulación noticiosa y la intolerancia política, sobre todo cuando los dueños poseen simultáneamente diarios y estaciones de radio y TV, generándose interpretaciones corporativas de la realidad que promulgan por el pensamiento único, cuna de la dictadura o la alienación
También leí en algún artículo que hablaba sobre ética periodística, cualidad de la que carecen muchos “periodistas”, que a veces “los estafadores son comunicadores, que cuando comunican mienten. Esas mentiras parecen verdaderas. Son maestros de la apariencia. Y las apariencias engañan.
Los estafadores suelen ser afectos a las represalias, a las revanchas tribunalicias avalados por sus aves negras. Lo hacen aunque no tengan razón. Sobre todo, si no tienen razón. Hay que tener mucho cuidado con ellos. Esquivan los escrúpulos. Y tienen la sartén por el mango” En tiempos de las dictaduras y las tiranías, algunas cosas erán más claras; al menos se sabía que los tiranos odiaban la verdad y odiaban a los periodistas que buscaban verdades en los pasillos del poder para trasladarlas al pueblo.
En los tiempos que corren ya no hay cárcel para los periodistas. Al contrario, algunos son buscados, se los rodea de halagos y adulos, se les hace partícipes de los problemas insolubles de Gobierno y miembros del círculo de poder político que se transforma, porque no, en poder económico y social. Se convierten rápidamente en peudo-celebridades. Es la consagración de la mediocridad. Pero esa es la fórmula que usa el poder para convertir a los periodistas en cómplices de sus objetivos.
Aquellos que incomodan, son excluidos del círculo, se les oculta información, son perseguidos y, a la larga, se hincan campañas para «despres- tigiarlos». Ya no es necesaria la cárcel para los periodistas indeseables, basta para ellos la lucha cotidiana que tiene que entablar con quienes toman las decisiones que generan las desigualdades sociales
Los pocos comunicadores que sobreviven a las lisonjas del poder y a las vanidades de la estelaridad, alcanzan liderazgo intelectual y autoridad moral, su trabajo adquiere solidez y credibilidad, pero los demás se deshacen con los halagos y devienen en propagandistas de los gobiernos y panegiristas de los figurones de turno.
De todas maneras todavía hay un periodismo que aún resiste. Que no está financiado por oscuros intereses económicos ni necesita de nefastos capitales provenientes de épocas muy oscuras de nuestro país. Que a través de la palabra busca encender el camino para que la gente pueda avanzar sin miedo y con libertad hacia la verdad, aunque a algunos en esta sociedad que vivimos les moleste en demasía.
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