Factores como la inseguridad, la pérdida de valores y códigos, la falta de respeto por las normas, entre otras cosas, se convierten en una bomba que estalla en los estadios de fútbol, en cualquier división, ya sea de un Torneo Regional del Interior hasta Primera División.
La ineficacia policial, los intereses de los dirigentes de los clubes y los hinchas organizados, conocidos popularmente como “barrabravas”, forjan un marco propicio para la impunidad de aquellos que no respetan las leyes.
Otros agentes hacen que el panorama resulte más desalentador como el incumplimiento de las normas, la denegación de la justicia y el respeto por el otro, equivalencias que se perdieron con el paso del tiempo y el deterioro del bajo nivel educativo.
Desde hace años la violencia aumentó en gran escala dentro y fuera de las canchas y parece no tener límites.
Los encargados y responsables de bregar para que el show continúe buscan respuestas en las Secretarías Deportivas. No siempre obtuvieron contestaciones, aunque desde el Congreso se han presentado numerosos proyectos requiriendo que se extremen las medidas de seguridad en los estadios.
Claro que si la violencia disminuye no es negocio para algunos. Si no se producen hechos de esa índole, la policía debe disminuir la cantidad de efectivos afectados a un encuentro por lo que las remuneraciones son menores.
También la sociedad ignora las llamadas “leyes molestas”, que no quieren cumplir y no lo hacen. Desde hace un tiempo, quienes concurren a la cancha, han hecho sus propias reglas que son contrarias a las normas vigentes.
Tampoco debemos hacer caer toda la culpa sobre los “barrabravas”, sino que todos los hinchas, en mayor o menor medida, se liberan y convierten el estadio en un campo de desahogo de las angustias y tensiones de la semana. Por eso es necesario educar y recuperar los valores perdidos, de modo tal que el espectáculo quede nuevamente, como décadas anteriores, en manos de la familia y no de los vándalos.
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