El conductor del camión que chocó de frente contra el ómnibus que transportaba a los chicos en la Provincia de Santa Fé, lo hacía bajo los efectos del alcohol.
La tragedia, por repetida, no deja de ser dolorosa. Lo que suele ocurrir es que se esconde. Se oculta detrás de aquello que parece mostrarla, detrás de la estadística. 30 mil argentinos mueren por año debido a las consecuencias que, sobre su organismo, produjo el consumo y abuso de alcohol. Esto quiere decir que cada 20 minutos una persona muere en nuestro país por esta epidemia.
La cifra se incrementa si se considera que en 1 de cada 2 homicidios está presente el alcohol. Y nos devuelve a la escena de la muerte de los chicos, al pensar que el alcohol está implicado en el 40% de los accidentes de tránsito que provocan muerte o incapacidades definitivas, de los cuales el 78% está protagonizado por jóvenes de entre 17 y 24 años.
La frialdad del número no refleja el dolor. Quién está detrás de la cifra sí lo conoce. Ponerle nombre y apellido, una cara, una historia y la posibilidad de un futuro a ese que representa la estadística es un ejercicio necesario. El abuso de alcohol se ha convertido en un fuego atizado por una cultura de mercado que nos atraviesa. Así se ha asociado su consumo a la diversión, al relax o al estar con el otro, donde una botella o un vaso se convierte en el centro del encuentro entre dos jóvenes, en el nexo que posibilita el vínculo.
Se puede hablar y mucho, se puede teorizar otro tanto. Pero hoy nos convoca el drama. No se trata de decir que no se consuma, que no se venda. Se trata de contex- tualizar el consumo, dónde, cuándo, cuánto. El Estado puede y debe actuar en consecuencia, regular la venta, regular la oferta de bebidas alcohólicas.
Quien conduce alcoholizado presenta una notoria disminución de los reflejos, fuerte fatiga, pérdida de la visión, falsa apreciación de las distancias y subestimación de la velocidad, además de perturbaciones en el comportamiento que pueden motivar maniobras peligrosas. La alta probabilidad de riesgo que este comportamiento implica para quien lo realiza y para terceros, debe ser motivo de debate y de toma de posiciones claras. Hace un mes la justicia de Necochea dictó el sobre- seimiento de una persona que, en estado de ebriedad, chocó contra otro auto.
La fundamentación del fallo sostiene que «la acción de embriagarse –ingerir bebidas alcohólicas hasta el punto de hacer dificultoso o imposible el control de la persona y los actos – es un comportamiento personal que desde el punto de vista objetivo, solo puede ser agresivo para quien lo sufre”. De esa manera la acción de beber, moderadamente o en exceso, forma parte de la forma de conducción de la vida que cada uno escoge”.
Esto nos demuestra que para la prevención estos hechos no basta con descansar sobre la normativa. Hay un reto mayor, y es el de profundizar la conciencia en la sociedad, en los barrios, en las familias, en los magistrados, en los medios de comunicación y en todos los sectores sociales, respecto de la necesidad de poner el problema del consumo de drogas y abuso de alcohol sobre la mesa, en la agenda de discusión. No sólo desde la descripción, la alarma y la discriminación, sino desde la participación, la inclusión y el reconocimiento.
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