El penal se había convertido en su hogar: su mayor dedicación era el cuidado de los jardines y paso dos años sin recibir visitas.
—No puedo retenerlo, sería ilegal. Tendría que darle un empleo—, le dijo el funcionario.
—Entonces, contráteme—, respon dió el recluso.
Ese fue el último diálogo entre Félix Ayub, titular de la penitenciaría del departamento San Rafael, ubicado a 240 kilómetros al sur de la capital mendocina, y el chileno Oscar Cubillos, quien pasó más de 30 años entre rejas.
Cubillos le escapaba al mundo exterior. Su esposa lo dejó hace mucho pero tiene 7 hijos que no se ocupaban de él y carece de amigos que pudiesen brindarle albergue. "Como no se quería ir, hablé con el obispado para que lo alojaran en una casa de atención a los desvalidos que la curia posee en este departamento", señaló Ayub a Clarín.
Pero el sábado, cuando Cubillos cumplía su última condena por el homicidio de un chico de 15 años, se presentó uno de los hijos para llevarlo. Desde ayer, ambos viven en la finca donde el hijo trabaja, en el distrito Villa Atuel, lejos de la ciudad de San Rafael.
"Tengo una alegría en el corazón porque aquí nunca tuve un castigo", apuntó Cubillos, aunque reconoció que ha tenido "algunos" problemas con otros presos. "Me han tirado golpes y me fue bien pese a que no soy muy turco (sic) para las porras, pero me respetan y se corren del pasillo cuando paso", afirmó con autoridad.
El tiempo le dejó huellas visibles. Aunque mantiene el físico delgado, cejas y bigotes poblados, su andar es lento y la calvicie avanzada. El pelo blanco resalta en los costados de la cabeza.
Es difícil dialogar con él. Se mantiene callado. Y cuando habla, por momentos mezcla la realidad con la imaginación.
Se sabe que nació en la localidad Molina de Lontué, en Talca, al sur de Chile, y que habría pasado la cordillera caminando junto a su esposa en 1946. Asegura que en aquellos años trabajó en una mina de oro de la frontera, en la zona de El Pehuenche-Maule. "Me vine porque murió uno de mis compañeros en un derrumbe", relató Cubillos.
Se asentó en San Rafael en la década del 50 y ahí comenzaron sus desventuras que, luego, se convirtieron en prontuario. En 1964 mató al capataz de la finca donde trabajaba e inició una cadena de encierros por diversos delitos
La vieja cárcel de encausados de San Rafael es relativamente tranquila. Cuenta con 7 pabellones y 411 internos, el 60 por ciento de los cuales son penados.
Cuando cumplió 70 años, Cubillos estuvo en condiciones de pedir el cumplimiento de su condena en el domicilio de un familiar directo, pero nunca reclamó ese beneficio. Estaba habituado a la rutina del penal, a cuidar los jardines.
En 2003, una hija que vive en Río Negro, lo convenció y se fue a vivir con ella. De carácter rústico, irritable al menor disgusto, a los dos meses Cubillos decidió retornar a la penitenciaría: se presentó ante la policía de Río Negro y pidió que lo detuvieran. Un juez de ejecución penal volvió a internarlo en la cárcel.
"Aquí estoy porque yo quiero y me mantengo con mi plata", contó. Los presos que trabajan tienen un sueldo mínimo y eso le alcanzaba a Cubillos para sobrevivir. "No estaba enfermo y nunca estuvo internado por causa de una dolencia, pero últimamente presentaba problemas propios de la vejez, como perderse en una conversación", señaló Ayub.
Cubillos sintió siempre una fuerte inclinación patriótica por Chile. En los tiempos en que anduvo libre, solía vestirse de "huaso" (gaucho) y llevar los colores de la bandera de su país.
Los guardias del penal cuentan que conocía todos los horarios de los relevos y que esperaba a los celadores con mate a las 5 de la mañana. El sábado, cumplió la última condena y no podía quedarse un minuto más de la medianoche porque las autoridades del penal corrían el riesgo de incurrir en privación ilegal de la libertad. Se despidió de todos como si se despidiera su familia. (Clarín)
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