El lunes 25 de abril de 2005, había amanecido caluroso y con un sol más rojizo que de costumbre. La NASA no había equivocado su pronóstico y abril había “pegado” fuerte con temperaturas que superaron la media histórica. A las 7.30, la ciudad se ponía despaciosamente en movimiento. Algunos chicos con sus carpetas bajo el brazo comenzaban a desgano y somnolientos transitar por calle 42. El destino, la Escuela Nacional. (como se la conoce). En tanto por calle 47, algunos comercios “madrugadores” abrían sus puertas y renovaban su esperanza en las buenas ventas. En el aire se sentía el olor inequívoco a pan caliente que “escapaba” de las panaderías cercanas, dando un clima hogareño a las despobladas calles. Los colectivos de transporte escolar, aceleraban la marcha en cada cuadra y cada tanto se escuchaba el sonido de sus bocinas despertando a los chicos más remolones. Algunos padres con cara de “recién levantados”, acercaban sus hijos a los jardines de infantes. La barredora de la municipalidad, ruidosa, sacaba la tierra depositada en el asfalto de las calles e impunemente la desparramaba en las fachadas de las viviendas. Los móviles policiales estaban estacionados frente a la comisaría, anunciando a los que pasaban por su frente, una noche tranquila y que nada había cambiado en cuanto a la seguridad. El ritual de las ocho de la mañana se cumplía estando Arslanian, Solá, o Ruckauf, con policía comunal o sin ella.
En Venado Tuerto, un camión cisterna con inscripción de carga peligrosa, lograba sortear, más de cuarenta semáforos instalados el tramo de la Ruta 8 que cruza la ciudad. El chofer, cansado por las horas de viaje, entre “cabezazos” se dirigía a una planta de químicos situada en el conurbano bonaerense.
En Colón, siendo las 9 de la mañana, la guardia del Hospital Municipal y los consultorios externos, estaban atestados de pacientes que sufrían una repentina colitis. Los médicos culpaban del inconveniente a un desconocido virus.
Los doce establecimientos escolares, cobijaban aproximadamente 2000 alumnos. La Municipalidad tenía las actividades normales y en la Casa del Niño “Willian C. Morris”, solo habían quedado las cocineras preparando milanesas y en la panadería de la entidad, dos chicos se aprestaban a llevar el pan al Geriá- trico Municipal. Los abuelos estaban en su mayoría sentados en la vereda o mirando televisión en la sala de estar sobre Boulevar 50.Siendo las 9.05, junto con algunos nubarrones se levantaron ráfagas de viento que desparramaron las primeras hojas otoñales de la vereda y “oxi- genaron” placenteramente las calles de la ciudad.
El camión cisterna cargado con 15 mil litros de ácido clorhídrico pasó sin ser detenido por la Subcomisaría Vial y enfiló en dirección a Colón. Un ómnibus ocupado con una delegación de atletas locales, partía hacia la localidad de Arrecifes para participar de los juegos que se desarrollarían en estadio Municipal. El propio intendente, Ricardo Casi, acompañaría al equipo colonense. La desesperación
El camión cisterna ingresó a más de 80 kilómetros a la rotonda de Boulevard 50 y Ruta 8. Lo imprevisto sucedió. Un caballo que estaba suelto y pastando en una de las banquinas, se cruzó en la ruta y el conductor realizó una maniobra evasiva. El transporte de líquidos peligrosos, luego de una alocada carrera derribó la pequeña protección de acero y cayo al vacio. El estruendo fue terrible y un “tajo” profundo se produjo a lo largo del tanque cisterna. Un conductor que estaba cargando gas en la estación de servicio, observó la maniobra e inmediatamente llamó a los bomberos que hicieron sonar la sirena. El viento soplaba fuertemente en dirección de la ciudad y los primeros que sintieron, ardor en los ojos e inflamación fueron los remiseros del Parador de ómnibus y los pasajeros que llegaban de la Capital Federal. La desesperación se apoderó de empleados y ocasionales usuarios de la estación de servicio. En su gran mayoría corrieron y alarmados sintieron sus gargantas irritadas y un pequeño catarro amargo que llegaba a sus narices. En el “pandemonium” una de las mangueras de carga de GNC quedó abierta y sobre la salida de Ruta 8, dos autos chocaron.
Los habitantes del barrio Mirador del Lago, sintieron los efectos del ácido derramado e instintivamente trataban de alejarse en sentido contrario, utilizando autos, motos, bicicletas o simplemente caminando. En boulevard 50, calle 49, 48, 51 y 52, se había atascado el tránsito entre los conductores que pugnaban por llegar al centro de la ciudad y los que habitualmente y sin entender lo que sucedía trataban de salir del casco urbano. La primer dotación de Bomberos Voluntarios con equipos autónomos y con mucho arrojó logró pasar los datos al cuartel central de Bomberos para identificar el camión y la sustancia que transportaba. La segunda dotación enviada se encontró con dificultades para llegar a la zona roja, debido al atascamiento en el tránsito.
La voz de alarma se había “corrido” y muchos vecinos trataban de salir de la ciudad mediante el uso de autos, originando un caos de tránsito pocas veces visto. Un Bombero observó a la maestras del jardín de Infantes del Mirador del Lago, tratando de llevar a sus pequeños y lloriqueantes alumnos a un lugar seguro.El servidor público se puso al frente de la situación, paró un camión de transporte de hacienda que transitaba sin carga y empezó a subir a los alumnos con la inquebrantable ayuda de las docentes. El aire estaba enrarecido y cada vez costaba más respirar. El primer chubasco de agua cayó sobre la ciudad empeorando la situación.
En la Escuela Nacional, la dirección dio la orden de que los alumnos bajaran al gran patio. Muchas madres y padres asustados ingresaban al establecimiento y se llevaban a sus hijos. Algunos alumnos, que ya sentían cerrarse sus gargantas por el efecto del ácido clorhídrico , no esperaron la orden de evacuación y comenzaron a salir en tropel. La situación se repetía en otros establecimientos escolares a los cuales había alcanzado los efectos de la nube de gas. En el Hospital Municipal comenzaron una desordenada evacuación de enfermos y ancianos. Los médicos sabían que necesitarían para atender los primeros síntomas, antialér- gicos , pero en la farmacia no había en cantidad suficiente. En calle 47 y 20, se produjo un gran congestionamiento de autos. Nadie se podía mover y algunas escenas de pugilato pusieron más dramatismo a la situación. El caos en las calles era notorio y no había quien ordenara la situación. Las F.M que todavía transmitían no sabían si relatar lo que estaba aconteciendo o solamente poner la computadora con música. La nube ya cubría buena parte de la ciudad. Y había colonenses que sufrían irritación de la glotis, y por consecuencia asfixia mecánica, en algunos chicos y ancianos el vómito era otro de los efectos no queridos..... La situación relatada es ciencia ficción, en nuestro país no puede suceder y menos en Colón. Pero..si una situación parecida sucediera en una escala mucho menor ¿como deberían actuar en las Escuelas, Hospital, Geriátricos, o simplemente como debería actuar cada uno de nosotros? ¿Nos quedamos en nuestras casas? ¿Huimos despavoridos? ¿A quién llamamos para evacuar nuestras dudas? ¿Sintonizamos las F.M para recibir recomendaciones de algún funcionario municipal o de Defensa Civil? ¿Vamos a los colegios a buscar a nuestros hijos?..........
Arribeños Una situación de nube tóxica sucedió en Arribeños y fue extraída de los archivos de Página 12: “Casi una escena fantástica: un pueblo entero creyó despertarse en medio de un apocalíptico fin del planeta Tierra. A las seis de la mañana, un escuadrón de camiones y patrulleros anunciaban desde altoparlantes la aproximación de una peligrosísima nube tóxica.
“Entramos en pánico: la nube venía al pueblo y nos decían que corramos a refugiarnos en la escuela para escuchar más instrucciones”, María Rosa Manzanares, una de las 2800 habitantes del pueblo que a partir de ese momento emprendió un éxodo nervioso y obligado, hacia la localidad más próxima. A cuatro kilómetros de allí un camión cisterna con 25.000 litros de ácido clorhídrico había chocado contra un cerealero: unos 10.000 litros del químico se derramaron en la ruta 65. La lluvia y el viento aceleraron la evaporación del ácido y la decisión del municipio de General Arenales de ordenar la evacuación total del pueblo, convertido, en dos horas, en pueblo fantasma.
María Rosa no fue la única sorprendida. En la textil donde trabajaba desde las seis de la mañana , apagaron las máquinas. La encargada entró con el anuncio: “Debíamos abandonar el pueblo –sigue la mujer– porque estábamos a punto de envenenarnos”. La orden era precisa: las mujeres debían correr a sus casas para buscar a los chicos que habían dejado dormidos y, rápidamente, trasladarse a la Escuela Nº 4, refugio colectivo donde conocerían las próximas instrucciones.
Toda la población comenzó a entrar en pánico. Mientras los empleados de una fábrica corrían hacia la entrada, afuera los camiones usados a diario en el campo fueron incorporando altoparlantes para recorrer el pueblo y despertar a los últimos en levantarse. Por allí estaba Zulema Mazzeo. “Todavía me dura el susto –dijo varias horas después–: fue un despliegue total, uno no piensa en nada. La nena estaba en la escuela y me fui a buscarla desesperada.” Eduardo alcanzó, en cambio, a preparar dos mudas de ropa para sus hijos y recoger un poco de plata para pasar los próximos días.
Despertó a su madre y la hermana con un llamado y les encomendó a sus hijos. A él, le avisaron, lo necesitaban con urgencia en otro lado. Es encargado de una de las dos únicas estaciones de servicio del pueblo. La mayor parte de la gente ya había pasado por la escuela y, de acuerdo con las instrucciones, ahora sólo debían huir para evitar la nube.
“Fue un susto, en dos horas en el pueblo no quedó nadie: parecía una ciudad fantasma.” Eduardo fue uno de los últimos en tomar la salida del pueblo para irse. “La estación queda de paso, en el acceso –explica– y con la crisis como está nadie tenía combustible cargado”
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