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16/12/2004
Aunque usted no lo crea...

El iguanazo que salió de Colón


iguana_1712 (15k image)(Olé)En 1986, Douglas Haig jugaba contra Banfield. Todo era normal hasta que los hinchas del Rojinegro le tiraron a uno de los líneas con... ¡una iguana! Y sin dudarlo se metió en la cancha.


Era como si de pronto le hubieran agarrado unas incontenibles y ridículas ganas de entrar a jugar o como si se acercara el fin del mundo, y él no quería que lo sorprendiera en la soledad que acecha al costado de la línea de cal. Ahí, en medio del campo y entre los jugadores que ahora lo miran desconcertados, anda el línea Daniel Haro.


Se agarra la cabeza con una mano y con la otra todavía sostiene con cierto orgullo el banderín. Es la tarde del sábado 27 de septiembre de 1986 y está mareado como si recién se bajara de la montaña rusa del Ital Park. Nadie entiende qué pasa. Menos lo entiende el propio línea al darse cuenta de que lo que le acaba de pegar en la cabeza es uno de esos horribles bichos que alguna vez vio en La Aventura del Hombre.


Horas antes del partido, un jeep iba por la Ruta 8. Había salido desde Colón, provincia de Buenos Aires. Llovía a cántaros y el paisaje de árboles, vacas y casitas de chapa quedaba tapado por una cortina de agua.
Faltaba un buen tramo para Pergamino, cuando algo se cruzó. No hubo tiempo de nada: un volantazo y el jeep se fue de cola. En el medio de la ruta había quedado un inquietante bulto...

Esa tarde, que sería recordada como «el día de la iguana», Carlos estaba en la cancha. Hoy tiene 39 años y vive en Pergamino. Dice que es de Douglas «desde siempre» y que prefiere no dar su apellido. «Es que ahora está todo muy susceptible, ¿viste?», avisa. «El tema —se entusiasma— fue que los muchachos habían atropellado una iguana cuando iban a la cancha.


El bicho quedó muerto en la ruta y se les dio por levantarlo.
Lo envolvieron en una bandera y lo metieron en la cancha. Es que no había tanta seguridad. Era el primer año del Nacional B y Douglas estaba recién ascendido. Todo era muy nuevo. Demasiado».
Mientras en la cancha de Douglas nadie sabe si es un lagarto, un caimán o una lagartija lo que permanece inmóvil a un costado, el país sigue eufórico: hace poco la Selección volvió de México con la Copa del Mundo bajo el brazo.


Los jugadores, antes del Mundial una manga de burros que no le hacían un gol ni al arco iris, fueron recibidos como héroes de la patria y se asomaron al balcón de la Rosada.
En la Plaza no se vivía un momento tan eufórico desde la vuelta de la democracia o desde que Galtieri, entonado, había retado al Principito inglés y mandado a los pibes al muere.


Son los tiempos de los estampados, de los colores flúo y de Alfonsín y su sorprendente idea de llevar la capital al Sur. El jopo está de onda y los milicos, en cana. Por la 12 fecha del Nacional B, el Lanús puntero de Villagrán y Bicicleta Saturno le gana 1-0 a Central Norte, y el Globo de Cappa, Paolorossi y el Toti Iglesias golea 9-2 a Unión de San Juan. Mientras es la primavera del Plan Austral, por Canal 11 el Manosanta «descargaba» a la Bebota.

Cuando la iguana le cayó del cielo, el línea Daniel Haro ya estaba curado de espanto: sabía bien lo que era ir por la vida al borde de la cancha y de un ataque de piedrazos y puteadas.
Una vez, en un olvidable partido en Trelew, la hinchada local le había tirado un botellazo que le abrió la cabeza. Debió ser llevado de urgencia a un hospital. Lo cosieron y pensó que la pesadilla había terminado. Se equivocaba: los hinchas no habían perdido el entusiasmo y lo andaban buscando.


No le quedó otra que preguntar dónde quedaba el aeropuerto y subirse al primer avión. Todavía llevaba la ropa de árbitro, tenía la cabeza más vendada que Tutankamón y los botines puestos.
En el aeropuerto la gente se codeaba al ver al ridículo que parecía escapado de un manicomio o de un cuento del Gordo Soriano. Hoy, Daniel Haro tiene 54 años. Vive en San Fernando, «a cuadras de la casa de Pancho Lamolina», precisa.


Con el recordado Milton Melgar, aquel volante de Boca y River, maneja una escuelita de fútbol en Escobar. Dice que empezó de referí por hobby, que trabajaba de docente y a los 30 años se le dio por anotarse en la Escuela de Arbitros.
«Mirá que las pasé bravas, ¿eh? —recuerda—.


Pero como la de la iguana ninguna. Los hinchas de Douglas estaban nerviosos porque perdían 1-0. Me gritaban algo de una iguana.
Yo no entendía. ¿Qué me iba a imaginar?
En una de ésas marco un offside y siento un golpe tremendo en la cabeza. Salgo corriendo y, cuando me doy vuelta, veo un terrible bicho tirado a un costado.


Era impresionante, tendría unos 70 u 80 centímetros. Y el que la tiró tuvo tanta puntería que me la puso justo en la cabeza. Ahí vinieron a ver el árbitro, los jugadores, todos... Claro, era algo nunca visto».


En la cancha manda el asombro.


Juan Delménico, arquero de Douglas que había pasado por River, se anima a agarrar la iguana y la devuelve a la tribuna. «Pero ahí no termina el asunto ... Al rato volvieron a tirarla. Entonces ya intervino la Policía y la dejaron a un costado».


El árbitro Rubén Padilla le tira agua al línea, groggy por el iguanazo. Padilla, que dirigió en Primera entre el 89 y el 94, es hoy veedor de la AFA.
En su casa de Mataderos aún guarda con orgullo un logro que ningún otro árbitro consiguió: en la repisa del living, reluce el recordado Premio Chamigo. Sí, aquel mate con el que Fútbol de Primera premiaba a la figura y que en el 92 se lo dieron por su actuación en el partido que Newell´s, con gol de Lunari, le ganó 1-0 a Racing. Pero la tarde del iguanazo faltaba para eso y el árbitro no salía de su asombro.


«La segunda vez que se la tiraron, yo estaba al lado del línea.
Vi venir algo enorme que giraba en el aire como un helicóptero: era la iguana».
»Cuando pasó el susto —cuenta el línea Haro—, los jugadores no podían evitar la risa.
Yo estaba acostumbrado a los encendedores, a una radio portátil...

¡Pero a una iguana!
Y mirá lo que son las cosas: algo peligroso y que pudo haber provocado la suspensión del partido, se convirtió en algo cómico. Y todos nos reíamos».


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