04/08/2000
Editorial: El lado oscuro del corazón.
Eran las 16.45 del sábado 30 de julio. Una luz que iluminó la vida de muchas personas se apagó. A los 77 años el prestigioso médico René Favaloro decidió poner fin a su vida con un disparo al corazón. Su vida fue un ejemplo de profesionalidad y deseos de servir al prójimo. La bala que mató al Dr Favaloro tuvo el poder de impactar en el corazón de cada uno de los argentinos.
Junto al dolor surgieron los interrogantes "¿Sabe usted quien matò al Dr Favaloro? Las obras sociales, el Pami, los gobernantes anteriores y actuales".
Esta frase fue pegada a la entrada de la Fundación por uno de sus pacientes. Y resume el perfil de sociedad en la que vivimos: una sociedad de mercado en la que uno de los valores principales parece ser la indiferencia. "No sentimos culpa", declaró el hermano del presidente De la Rua. Pero deberían sentirla. Porque el caso particular de este médico ejemplar es como un sacrificio para ser tomado como un llamado de atención a la sociedad y al Estado.
Un Estado que parece indiferente frente a los reclamos, que ajusta y recorta, que no apoya la educación ni la ciencia, que no aporta soluciones para detener la inmigración de miles de argentinos que están abandonando el país en busca de un porvenir más próspero.
Esa dirigencia miope que no percibe la desprotección del pueblo y las carencias socioeconómicas que lo agobian. Favaloro vivía en un país lleno de corrupción, en donde existe una enorme falta de transparencia en los sectores políticos, en donde los intereses corporativos superan a los sociales.
En una Argentina donde se hace lo imposible para salvar a un club de fútbol de la bancarrota y se hacen oidos sordos a los pedidos de una Fundación que vela por la salud de los ciudadanos.
Para Raul Courel, decano de la Facultad de Psicología de la UBA, Favaloro se fue de la única manera que hubiera podido irse "Otros se van por Ezeiza. Para él el mundo era este país. No teniendo lugar se fue", afirmó su amigo.
La muerte de este médico es una responsabilidad colectiva que todos debemos asumir. Quizá no haya impactado tanto como la muerte de Rodrigo. Quizás los medios "entierren" rápidamente el tema. Pero no nos olvidemos nunca que este hombre dedicó su existencia a salvar vidas. Su muerte es otra forma de buscar salvarnos la vida.
La mejor manera que existe de rendir homenaje a su memoria es trabajar para revalorizar la educación y la investigación científica de nuestro país, porque si no apostamos a estos pilares es inevitable que el edificio se derrumbe.
Editorial: Lic.Cynthia Calvigioni.
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